Andrés Solá y Molist

Nació el 7 de octubre de 1895 en la masía conocida con el nombre de Can Vilarrasa, situada en el municipio de Taradell, parroquia de Santa Eugenia de Berga, provincia de Barcelona, diócesis de Vich, España. Fue el tercer hijo de una familia numerosa compuesta de once hermanos y los padres, que eran agricultores.

Al escuchar la predicación de un misionero claretiano en el pueblo de Sentforas, él y su hermano Santiago sintieron la vocación religiosa y entraron en el seminario que los misioneros tenían en Vich. Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre de 1922 en la capilla del palacio episcopal de Segovia, España. Durante un año estuvo preparándose para el ministerio de la predicación en Aranda de Duero.

Terminado el curso de preparación recibió su destino, México, llegando junto con otros cinco claretianos a Veracruz el 20 de agosto de 1923. Ocho días más tarde llegó a la capital y visitó el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, poniendo bajo su protección su ministerio sacerdotal. En México desempeñó diversos oficios.

En diciembre de 1924 recibió, junto con sus hermanos de comunidad de León, la noticia de las leyes anticatólicas y anticlericales del presidente Calles, optando por refugiarse en una casa amiga, la de las hermanas Josefina y Jovita Alba, para evitar la expulsión del país.

En marzo de 1927, al arreciar la persecución religiosa, obedeciendo al superior local, p. Fernando Santesteban, dejó León y se marchó a México, D.F., donde estuvo unos cuantos días, regresando con el permiso del superior provincial para residir en León y ejercer allí su ministerio misionero. A los pocos días de haber llegado, el 23 de abril el superior de la comunidad le entregó una carta en la que le comunicaba la existencia de una orden de detención contra él y le invitaba a suspender toda actividad, a huir o a esconderse, y a cambiar de domicilio. No le dio importancia a dicha carta, considerando que nada malo le podría pasar, siendo detenido al día siguiente.

Una detención que no fue fruto de su imprudencia, sino más bien de la ingenuidad de dos señoras que tratando de hacer el bien, no se les ocurrió tomar las precauciones necesarias tras su visita al cuartel, donde pidieron la libertad para el p. Rangel. Cuando entraron los soldados en la casa de las hermanas Alba no reconocieron al p. Solá como sacerdote, sólo tras el registro efectuado a su habitación descubrieron una fotografía en la que estaba dando la primera Comunión a una niña. En ningún momento negó su condición sacerdotal, más bien confesó su nombre y condición, siendo suficiente para detenerlo junto con Leonardo Pérez, que se encontraba en el oratorio de la casa.
Fue llevado a la comandancia militar, último lugar terreno antes de abrazar la palma del martirio y contemplar a Cristo.

Tomado del sitio web del vaticano: www.vaticano.va