Beato Mariano de la Mata Aparicio
4 de abril
Mariano de la Mata Aparicio (1905-1983)
Nació el 31 de diciembre de 1905 en Barrio de la Puebla (Palencia, España), en el seno de una familia profundamente cristiana. Sus padres se llamaban Manuel y Martina. Siguiendo el ejemplo de tres hermanos suyos ―Leovigildo, Tomás y Baltasar―, después de los estudios humanísticos, el 9 de septiembre de 1921, ingresó en la Orden de San Agustín. Un año más tarde, el 10 de septiembre de 1922, terminado el tiempo de noviciado, emitió la profesión temporal, depositándola en manos del prior de la casa, Anselmo Polanco, futuro obispo de Teruel, mártir de la fe de Cristo, beatificado por el Papa Juan Pablo II en 1995.
Con los estudios filosóficos iniciados en la capital del Pisuerga, en 1926 se trasladó al monasterio de "Santa María" de La Vid (Burgos), en el cual realizó los teológicos, formando parte de la provincia agustiniana de España. Se consagró definitivamente a Dios con los votos solemnes el 23 de enero de 1927 y recibió la ordenación sacerdotal el 25 de julio de 1930.
Tras una fugaz estancia en el colegio de la Encarnación de Llanes (Asturias) como profesor, en julio de 1931 fue destinado a la viceprovincia de Brasil, primero a Taquaritinga, donde desempeñó durante dos años el ministerio sacerdotal, y posteriormente a Santo Agostinho, donde conjugó la labor educativa con los cargos de administrador (1942-1945) y secretario.
Durante el trienio (1945-1948) fue prior viceprovincial, y más tarde (1948-1951 y 1960-1963) asesoró a sus sucesores en ese cargo como consejero. Finalizada la tarea de comisario, se incorporó al colegio Engenheiro Schmitt como ecónomo (1951), director (1957) y profesor. En 1961 regresó de nuevo a São Paulo, en cuyo centro simultaneó la tarea docente y el cargo de viceprior del colegio San Agustín (1973-1977), con el trabajo de coadjutor parroquial.
Físicamente el padre Mariano fue una persona alta y bien proporcionada, con gruesas gafas y abundante calvicie. Era un hombre activo y emprendedor, generoso, abierto y comunicativo, lleno de simpatía, sencillez y bondad, con la sonrisa siempre en los labios. Aunque tenía un temperamento fuerte, era incapaz de ocultar los sentimientos y las lágrimas. Sus hermanos de Brasil recuerdan con emoción el momento en el que, tras haber sido operado de cataratas en Belo Horizonte y llevar varios días con los ojos cerrados, al volver a abrirlos y contemplar un cuadro de la Virgen de la Consolación, comenzó a llorar como un niño.
El padre Mariano nació para ayudar humana y espiritualmente a las personas que estaban a su lado, que no eran otras que las hambrientas de pan humano y divino. Era un mensajero de la caridad: amigo de los niños y los mayores, un cirineo de los enfermos y necesitados, consolador y limosnero de los pobres, sacerdote celoso de sus obligaciones ministeriales.
Por las tardes era frecuente verlo recorrer las calles de São Paulo, visitando los 200 Talleres de Caridad de Santa Rita, de los que fue muchos años asesor religioso, y llevando ayuda material y espiritual a los sedientos de salud humana y religiosa. La muerte ―solía decir― no espera.
¡Cuántas veces volvió tarde al colegio, porque la atención al prójimo le había impedido llegar a tiempo! Para él siempre existían otras prioridades más importantes que la hora comunitaria.
Una de sus grandes pasiones la constituían las plantas. Hablaba con ellas, acariciaba sus hojas, le emocionaba su colorido. Sus pétalos le recordaban la grandeza del Creador. La terraza del colegio San Agustín de São Paulo sabe mucho de este su mimo por las flores y los pájaros. Tampoco le eran ajenas las colecciones de sellos y estampas religiosas.
La edad y el esfuerzo que había desplegado en todas sus actividades terminaron haciendo mella en su naturaleza física. En los últimos días de enero de 1983 comenzó a sentir un extraño dolor en el vientre, como si un "gatinho", según sus palabras, lo estuviera arañando. Era el principio del fin.
Desde hacía tiempo venía enseñando una herida en la sien derecha, que a pesar de las atenciones médicas, no logró restañar. Sin duda alguna era la terrible enfermedad del cáncer que se estaba insinuando y de la que moriría el 5 de abril de 1983. Contaba 77 años de edad y 60 de vida religiosa. Sus restos descansan en la iglesia agustiniana de São Paulo.
Su trayectoria humana y religiosa fuera de lo común ―era un gran devoto de la Eucaristía y de la Santísima Virgen― hizo que el pueblo de Dios y sus hermanos de la Orden acudieran a las autoridades eclesiásticas pidiendo el reconocimiento de sus virtudes con vistas a una próxima beatificación, ceremonia que se llevó a cabo en São Paulo el 31 de mayo de 1997 con la presencia del cardenal Paulo Evaristo Arns, o.f.m. La Orden agustiniana le tiene dedicadas en esa ciudad una guardería, un centro de juventud y un colegio profesional; y la alcaldía, una calle. Igualmente el Gobierno español, a través de su consulado general en Brasil, le concedió la gran cruz de Isabel la Católica.
Tomado del sitio web: www.vatican.va