07 de junio, 1995 - Discurso del Santo Padre a los Participantes en el IV Congreso Internacional de la Pastoral para los Gitanos

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL
DE LA PASTORAL PARA LOS GITANOS

7 de junio de 1995

Realizar una nueva evangelización del pueblo gitano

1.- Bienvenidos, representantes del pueblo gitano y agentes pastorales que trabajáis con generosidad a su servicio! El Papa se alegra de acogeros con ocasión de vuestro cuarto congreso internacional, organizado oportunamente por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, sobre el tema: Los Gitanos hoy, entre historia y nuevas exigencias pastorales.

Habéis venido de Europa del este y del oeste, y de otras partes del mundo, para fortaceler vuestro compromiso cristiano mediante la oración, la reflexión en los desafíos que afronta hoy la fe, el intercambio de experiencias y la búsqueda de una mayor solidaridad y apertura a los hermanos. En este momento histórico estáis buscando formas nuevas de participación del pueblo gitano en la vida social y nuevas expresiones de su sentido religioso. 

No habéis venido con las manos vacías. En nombre del pueblo gitano renováis la disponibilidad a dar una contribución específica a la convivencia y a la construcción de una sociedad más justa y armoniosa, subrayando los valores que caracterizan la cultura de ese pueblo, como, por ejemplo, el respeto a los ancianos y a la familia, el amor a la libertad, el sano orgullo de sus tradiciones y el generoso apoyo a la paz.

Dais, además, una expresión renovada a la voluntad que tiene el pueblo gitano de cooperar activamente en la solución de los complejos problemas que aún afligen su vida en varias partes del mundo: la discriminación y el racismo, la falta de viviendas y de campamento equipados, el rechazo de la acogida, la insuficiencia de la educación y la marginación. Al mismo tiempo, reconocéis que los gitanos, tanto los que llevan una vida sedentaria como los itinerantes, no pueden menos de sentirse comprometidos a cooperar con las poblaciones en medio de las cuales viven, apreciando sus cualidades, aceptando sus leyes y brindando su aportación para el necesario conocimiento recíproco y la búsqueda conjunta de una convivencia fructuosa.

2. En la Iglesia, pueblo de Dios en camino hacia el Padre, como recuerda el concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium, 9), ningún grupo étnico y lingüístico debe sentirse ajeno: en ella todos deben ser acogidas y plenamente valorados. Mi venerado predecesor Pablo VI, dirigiéndose a la primera peregrinación de los gitanos, hace treinta años, dijo: «Vosotros estáis en el corazón de la Iglesia» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de octubre de 1965, p. 3).

Hoy quiero hacer mías esas palabras, deseando que la Iglesia, cuya acción se está reorganizando también en el este de Europa, siga interesándose activamente por los gitanos a través de los generosos agentes pastorales e iniciativas que testimonien en la vida ordinaria el amor de Jesús, buen pastor, hacia los pequeños y los débiles.

Europa de la segunda guerra mundial, pedí que no se dejara caer en el olvido cuanto acaeció en esos años terribles, porque «los recuerdos no deben difuminarse; más bien, deben ser una lección severa par nuestra generación y para las futuras» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de mayo de 1995, p. 5). En los campos de exterminio nazis, como quise recordar, «han encontrado la muerte, en condiciones dramáticas, millones de judíos e centenares de miles de gitanos y otros seres humanos, culpable únicamente de pertenecer a pueblos diferentes» (ib.). Olvidar lo que acontencó en el pasado puede abrir el camino a nuevas formas de rechazo y de agresividad.

La indiferencia puede volver a matar también hoy. ¿Cómo no denunciar entonces, en este contexto, algunos recientes acto de violencia en contra de los gitanos, en particular contra personas indefensas como los niños? Episodios de ese género no pueden pasar desapercibidos.

Los administradores públicos, las comunidades eclesiales, el voluntariado, los agentes de la comunicación social, deben esforzarse de forma concorde por prevenir esos lamentables episodios y por consolidar un clima social de tolerancia y auténtica solidaridad.

4. La Iglesia, sensible y atenta al mundo de los gitanos, recuerda que la vocación a la santidad es universal. El testimonio de Ceferino Giménez Malla, gitano y cristiano heroico hasta el punto de que dio su vida, constituye un magnífico ejemplo. En nuestros tiempos el pueblo gitano atraviesa un período de fuerte readaptación de sus tradiciones y por eso debe ahora afrontar el peligro de un resquebrajamiento de su vida comunitaria. Es importante que la fe cristiana se vuelva a presentar con vigor y firmeza. Hace falta una nueva evangelización dirigida a cada uno de sus miembros como a una porción amada del pueblo de Dios peregrinante, para ayudarle a superar la doble tentación de encerrarse en sí mismo, buscando refugio en las sectas, o perder su patrimonio religioso en un materialismo que ahoga toda referencia a lo divino.

La acción pastoral, en sus múltiples aspectos, realizada por grupos de gitanos comprometidos apostólicamente, por las escuelas de la fe y las escuelas de la Palabra, por los servicios nacionales y diocesanos, por las capellanías para los gitanos y, finalmente, por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantos y Itinerantoes, manifiesta cuán profundo es el amor de la Iglesia por el pueblo gitano. A todos deseo expresar mi viva gratitud por esta misión indispensable, animando a cada uno a proseguir cada vez con mayor entusiasmo por ese camino.

Queridos gitanos y agentes pastorales, tened siempre la mirada fija en Jesús, Redentor, y en María, Madre suya y nuestra. También el Señor, en su vida terrena, se vio obligado a desplazarse de un lugar a otro. Él, que decía de sì mismo que no tenía dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9, 58), os guíe y lleve a cumplimiento todos vuestro compromisos apostólicos.

Y María, a quien invocáis como Amari Develeskeridaj, Nuestra Madre de Dios, sea siempre la estrella de vuestro camino. Os acompañe también mi bendición, que con afecto os imparto a vosotros, a vuestras comunidades nómadas y a todos los que partenecen a vuestro pueblo.