15 de agosto, 1993 - Ceremonia de despedida de Denver

Autor: Juan Pablo II

 

VIAJE APOSTÓLICO A JAMAICA, MÉXICO Y DENVER

CEREMONIA DE DESPEDIDADISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 15 de agosto de 1993

Querido vicepresidente;
queridos amigos y querido pueblo de Estados Unidos:

1. Al partir de Estados Unidos, le expreso mi agradecimiento a usted, señor vicepresidente, que ha venido aquí para despedirme, y al presidente Clinton que gentilmente me acogió a mi llegada, por la cortesía con que me han tratado en todo momento de mi visita.

Deseo dar las gracias a todos los que han colaborado de alguna manera para asegurar el éxito de esta octava Jornada mundial de la juventud que ha traído a jóvenes peregrinos procedentes de casi todos los países del mundo a esta hermosa ciudad de Denver, para reflexionar acerca de las palabras de Jesucristo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

2. También yo vengo como peregrino, peregrino de esperanza. Siempre he sido consciente de que los jóvenes constituyen para la Iglesia y la sociedad civil la esperanza de nuestro futuro. Pero durante los años de mi pontificado, y en particular a través de la celebración de acontecimientos como éste, esa esperanza se ha ido confirmando y reforzando paulatinamente. Los mismos jóvenes me han enseñado a tener cada vez mayor confianza. No se trata sólo del hecho de que los jóvenes de hoy serán los adultos del futuro, los que tomarán nuestro puesto y continuarán la aventura humana. No, el deseo, presente en todos los corazones, de una vida plena, libre y digna de la persona humana es particularmente fuerte en ellos. Desde luego, las respuestas falsas a este deseo abundan y la humanidad está lejos de constituir una familia feliz y armoniosa. Sin embargo, muchos jóvenes en todas las sociedades no quieren caer en el egoísmo y la superficialidad. No quieren huir de sus responsabilidades. Esa actitud es un faro de esperanza.

Para los creyentes el compromiso por la renovación espiritual y moral, que tanto necesita la sociedad, es un don del Espíritu del Señor que colma toda la tierra, porque es el Espíritu el que ofrece al hombre la luz y la fuerza para afrontar su destino supremo (cf. Gaudium et spes, 10). Esto ha resultado especialmente evidente mediante la actitud devota de los jóvenes reunidos aquí. En consecuencia, ellos se van con un compromiso mayor en favor de la victoria de la cultura de la vida sobre la cultura de la muerte. La cultura de la vida significa respeto a la naturaleza y cuidado de la obra divina de la creación. En particular, significa respeto a la vida humana desde el primer momento de su concepción hasta su conclusión natural. Una auténtica cultura de la vida es esencial ahora que —como he escrito en la encíclica social Centesimus Annus— «el ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las fuentes de la vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia en el mundo, más que a defender y abrir las posibilidades a la vida misma» (n. 39).

Una cultura de la vida significa servicio hacia los que no gozan de privilegios, los pobres y oprimidos, porque justicia y libertad son inseparables y sólo existen si existen para todos. La cultura de la vida significa agradecer a Dios cada día el don de la vida, nuestro valor y dignidad como seres humanos, la amistad que él nos ofrece mientras realizamos la peregrinación hacia nuestro destino eterno.

3. Señor vicepresidente, me despido de los Estados Unidos con el corazón henchido de gratitud a Dios. Gratitud por lo que ha sucedido aquí durante la Jornada mundial de la juventud. Gratitud al pueblo estadounidense por ser abierto y generoso, y por las muchas maneras como sigue ayudando en el mundo a quienes tienen necesidad. Pido a Dios que los Estados Unidos sigan creyendo en sus nobles ideales, y espero que colaboren de una manera sabia y provechosa en los esfuerzos multilaterales para resolver algunas de las cuestiones más difíciles que la comunidad internacional debe afrontar.

Mi gratitud se convierte en oración ferviente por los habitantes de este país, por el cumplimiento del destino de los Estados Unidos en cuanto nación protegida por Dios, con libertad y justicia para todos.

Estados Unidos, afronta tus responsabilidades, que abarcan todas las energías de tu pueblo emprendedor. Sé fiel a tu misión.

Estados Unidos: sé fiel a tu auténtica identidad.

Estados Unidos, país de hombres libres, haz buen uso de tu libertad. Úsala para alimentar y apoyar con todas tus fuerzas y con toda tu capacidad la dignidad de toda persona humana.

Estados Unidos, defiende la vida, para que puedas vivir en paz y armonía.

Que Dios bendiga Estados Unidos!

¡Que Dios os bendiga a todos vosotros!

 

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