21 de mayo, 1992 - Al Centro católico internacional para la UNESCO

Autor: Juan Pablo II

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA GENERAL DEL CENTRO CATÓLICO INTERNACIONAL PARA LA UNESCOJueves 21 de mayo de 1992

Queridos amigos:

Me complace acogeros en Roma con ocasión de vuestra 20a. asamblea general, 45 años después de la fundación del Centro católico internacional para la UNESCO. Agradezco a vuestro presidente, señor André Aumônier, la presentación de vuestras actividades y proyectos, que muestran el dinamismo de vuestro centro y su deseo de extender aún más su competencia y acción.

Vuestra presencia en Roma, para celebrar estas jornadas de reflexión, me brinda la oportunidad de manifestaros una vez más la gratitud de la Santa Sede por los numerosos servicios que le prestáis. En efecto, sabemos que podemos contar con el centro para asistir a las delegaciones de la Santa Sede en los diversos encuentros internacionales. Del mismo modo, para los proyectos que responden a las grandes preocupaciones de la Iglesia en el mundo actual, vuestra colaboración está al servicio de muchos Consejos pontificios que se benefician de vuestras competencias, sobre todo para organizar congresos importantes o para preparar la participación de la Santa Sede en las Conferencias que afrontan los problemas sociales que más nos preocupan. No olvido en absoluto el apoyo que vuestro centro da a las organizaciones internacionales católicas en el cumplimiento de su misión en el seno de la UNESCO. Os agradezco todo esto.

Como lo muestra el reconocimiento de vuestro estatuto canónico, el centro forma parte de algunas instancias que permiten que los laicos católicos ejerzan sus responsabilidades a fin de hacer que la Iglesia esté presente en los areópagos en que se debaten muchas cuestiones importantes de la hora actual.

Recordando ese conjunto de actividades, resulta claro que si uno se preocupa por la cultura, se encuentra en la encrucijada de muchos elementos esenciales en la sociedad, de los que los cristianos no pueden desinteresarse. Pensemos, ante todo, en la educación: el acceso al saber sigue estando asegurado de modo desigual. Desde la alfabetización hasta la formación superior y la investigación científica, es necesario comprender bien las necesidades de los pueblos y suscitar la cooperación que permite que cada cual haga fructificar sus talentos, utilice sabiamente los recursos de la tierra, asegure la vida de su familia mediante el trabajo, contribuya a la prosperidad de su país, viva y comparta su fe. Esta breve alusión muestra a las claras la interacción existente entre la cultura y la economía, por demás evidente cuando se tienen presentes las desigualdades del desarrollo del norte y del sur del planeta.

Trabajáis, asimismo, con vistas al próximo Año de la familia, promulgado por las Naciones Unidas. Promover la familia, y a menudo defenderla, es una tarea que debe movilizar las competencias y energías de todos los que pueden obrar para mejorar sus condiciones de vida. Es necesario asegurar la coherencia de los estudios demográficos, sanitarios y sociológicos, sin perder nunca de vista el derecho de la familia a desarrollarse, y la moral, que le confiere su dignidad propiamente humana. Los cristianos se preocupan mucho por obrar con este espíritu.

El servicio a la cultura aporta también una contribución importante a la construcción de la paz. Las naciones sólo llegarán a una paz duradera si los hombres y las mujeres conservan lo mejor de su propio patrimonio cultural, respetando absolutamente el de sus hermanos y hermanas; las relaciones entre los pueblos ganarán en dinamismo constructivo si cada uno de ellos desarrolla sus mejores capacidades, tanto de las personas como de las comunidades.

Queridos amigos, dentro de los límites de este encuentro no puedo menos de recordar esas diversas preocupaciones, lo cual me permite, por lo menos, señalar la oportunidad del trabajo de información y de comunicación que constituye la vocación de vuestro centro. Os agradezco una vez más todo lo que hacéis, y os ruego expreséis mi gratitud a las personas que sostienen generosamente vuestra actividad. Espero que el Centro católico internacional para la UNESCO prosiga su obra a la luz de la buena nueva de Cristo y de la tradición de la Iglesia, a fin de brindar al hombre un servicio fraterno cada vez mejor. De todo corazón invoco la bendición de Dios sobre vosotros, así como sobre vuestros colaboradores y seres queridos.

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