29 de septiembre - A la Conferencia episcopal de Malawi

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALAWI
EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 29 de septiembre de 2006

Queridos hermanos en el episcopado: 

Me alegra daros la bienvenida, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, y os agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre el arzobispo Tarcisius Ziyaye, presidente de la Conferencia episcopal. Vuestra visita expresa los profundos vínculos de comunión y afecto que unen a vuestras Iglesias locales en África oriental con la Sede de Roma. Simón Pedro fue llamado a confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22, 32) y a apacentar las ovejas del Señor (cf. Jn 21, 17), y también vosotros habéis sido puestos como jefes y pastores de vuestro pueblo, para instruirlo, santificarlo y gobernarlo en nombre del Señor. Ruego para que, al venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, mediante su intercesión seáis fortalecidos y alimentados con vistas a vuestro ministerio en medio del pueblo de Malawi, y sigáis proclamando intrépidamente el Evangelio de Jesucristo, que vino "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

En todo el mundo se conoce la exuberancia con la que los pueblos de África alaban a Dios en sus celebraciones litúrgicas, y la Iglesia en Malawi no es una excepción. Su celebración gozosa expresa la gran vitalidad de vuestras comunidades cristianas, y refleja el predominio de los jóvenes en vuestra población. Seguid guiándolos con verdadera solicitud paternal hacia un conocimiento más profundo de su Señor crucificado y resucitado, impartiéndoles siempre una sólida catequesis en la fe.

Con este fin, es importante que los maestros y los catequistas reciban una buena preparación para su noble tarea, puesto que, como sabéis, desempeñan un papel vital para ayudar al obispo a cumplir con su responsabilidad de enseñar con la autoridad de Cristo. Por esta razón, deben estar bien formados en la fe y ser capaces de comunicar tanto la alegría como el compromiso de seguir a Cristo. Espero que la Universidad católica de Malawi, recién abierta, logre dar una contribución significativa en este ámbito, y os aliento a hacer todo lo que podáis para proporcionarle recursos suficientes y mantener una enseñanza de gran calidad, con fidelidad al magisterio de la Iglesia.

En un mundo dominado por valores seculares y materialistas puede ser difícil mantener el estilo de vida contracultural que es tan necesario en el sacerdocio y en la vida religiosa. El clero en vuestro país, como los fieles a los que sirve, se encuentra a veces en situaciones precarias, careciendo de los medios necesarios para su "honesta sustentación (...) y para realizar obras de apostolado o de caridad" (Presbyterorum ordinis, 17). Estoy seguro de que haréis todo lo posible para proveer a las legítimas necesidades de vuestros colaboradores, previniéndolos al mismo tiempo contra la excesiva preocupación por los bienes materiales. Ayudad a vuestros sacerdotes a no caer en la trampa de considerar el sacerdocio como un medio de progreso social, recordándoles que "el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la cruz" (Homilía durante la misa de ordenaciones sacerdotales, 7 de mayo de 2006:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de mayo de 2006, p. 5).

El personal dedicado a la formación en los seminarios debe enseñar a los estudiantes que un sacerdote está llamado a vivir para los demás y no para sí mismo, a imitación de Cristo, que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (cf. Mc 10, 45). Sobre todo, el ejemplo del obispo realizando un ministerio verdaderamente centrado en Cristo puede estimular a sus sacerdotes.

Queridos hermanos en el episcopado, vivid como auténticos seguidores de Cristo y haced que vuestra vida sea la base de la autoridad que ejercéis. Ruego para que de este modo seáis capaces de fortalecer los vínculos de caridad fraterna dentro del presbyterium de cada una de vuestras Iglesias locales.

Me complace constatar que seguís ejerciendo vuestro oficio de enseñar afrontando cuestiones de interés social. En efecto, vuestra carta pastoral de Pentecostés "Renovar nuestra vida y la sociedad con la fuerza del Espíritu Santo", que publicasteis a principios de este año, menciona algunos males sociales y morales que afligen a la nación. La seguridad alimentaria no sólo está amenazada por la sequía, sino también por la gestión ineficaz e injusta de la agricultura. La difusión del sida está aumentando por no permanecer fieles a un solo cónyuge en el matrimonio o por no practicar la abstinencia. Los derechos de las mujeres, de los niños y de los hijos por nacer son cínicamente violados por el tráfico de seres humanos, por la violencia doméstica y por quienes defienden el aborto.

No dejéis jamás de proclamar la verdad, e insistid en ella, "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4, 2), porque "la verdad os hará libres" (Jn 8, 32). El buen Pastor, que nunca deja abandonado su rebaño, vela sobre sus ovejas y las protege siempre. Siguiendo su ejemplo, continuad guiando a vuestro pueblo lejos de los peligros que lo amenazan, y conducidlo a praderas seguras. Ruego para que los fieles presten atención a vuestro consejo, a fin de que se renueve la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30) y el Espíritu de Dios mantenga verdaderamente la unidad de vuestra nación con el vínculo de la paz (cf. Ef 4, 3).

Al concluir mis reflexiones de hoy, deseo recordaros la imagen de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, Madre del Señor, implorando la venida del Espíritu Santo, la misma escena que describís tan hermosamente en el párrafo final de vuestra reciente carta pastoral. En ese documento animáis a vuestro pueblo a reunirse para rezar en familia y en pequeñas comunidades cristianas. Sé que también vosotros seguís implorando juntos, y en comunión con los sacerdotes y los fieles laicos, los dones del Espíritu sobre la Iglesia en vuestro país. El Espíritu es la fuerza "que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea, en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia" (Deus caritas est, 19).

También yo oro para que el Espíritu Santo se derrame abundantemente sobre todos vosotros, y a la vez que os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y fortaleza en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

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