A la 45ª Semana social de los católicos italianos , 12 de octubre del 2007

Autor: Benedicto XVI

 

MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA 45ª  SEMANA SOCIAL
DE LOS CATÓLICOS ITALIANOS

Al venerado hermano
Mons. ANGELO BAGNASCO
Presidente de la Conferencia episcopal italiana

Se celebra este año el centenario de la primera Semana social de los católicos italianos, que tuvo lugar en Pistoya del 23 al 28 de septiembre de 1907, por iniciativa sobre todo del profesor Giuseppe Toniolo, figura luminosa de laico católico, de científico y apóstol social, protagonista del Movimiento católico de fines del siglo XIX y principios del XX.

En este significativo aniversario jubilar, le envío de buen grado mi cordial saludo a usted, venerado hermano; a monseñor Arrigo Miglio, obispo de Ivrea y presidente del comité científico y organizador de las Semanas sociales; a los colaboradores y a todos los participantes en la 45ª "Semana", que se celebrará en Pistoya y en Pisa del 18 al 21 de este mes de octubre.

El tema elegido —"El bien común hoy:  un compromiso que viene de lejos"—, aunque ya se ha abordado en algunas ediciones anteriores, conserva plena actualidad; más aún, conviene profundizarlo y precisarlo particularmente ahora, para evitar un uso genérico y a veces impropio del término "bien común".

El Compendio de la doctrina social de la Iglesia, remitiéndose a la enseñanza  del concilio ecuménico Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 26), especifica que "el bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también con vistas al futuro" (n. 164).

Ya el teólogo Francisco Suárez hablaba de un bonum commune omnium nationum, entendido como "bien común del género humano". En el pasado, y mucho más hoy, en este tiempo de globalización, el bien común se ha de considerar y promover también en el contexto de las relaciones internacionales; y resulta evidente que, precisamente por el fundamento social de la existencia humana, el bien de cada persona está naturalmente interconectado con el bien de la humanidad entera.

A este respecto, el amado siervo de Dios Juan Pablo II, en la encíclica Sollicitudo rei socialis, afirmaba que "se trata de la interdependencia, percibida como sistema determinante de relaciones en el mundo actual, en sus aspectos económico, cultural, político y religioso, y asumida como categoría moral" (n. 38). Y añadía:  "Cuando la interdependencia es reconocida así, su correspondiente respuesta, como actitud moral y social, y como "virtud", es la solidaridad. Esta no es, pues, un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos" (ib.).

En la encíclica Deus caritas est recordé que "el establecimiento de estructuras justas no es un cometido inmediato de la Iglesia, sino que pertenece a la esfera de la política, es decir, de la razón auto-responsable" (n. 29). Y a continuación expliqué que "en esto, la tarea de la Iglesia es mediata, ya que le corresponde contribuir a la purificación de la razón y reavivar las fuerzas morales, sin lo cual no se instauran estructuras justas, ni estas pueden ser operativas a largo plazo" (ib.).

¿Qué ocasión mejor que esta para reafirmar que comprometerse en favor de un orden justo en la sociedad es tarea inmediatamente propia de los fieles laicos? Como ciudadanos del Estado les corresponde a ellos participar en primera persona en la vida pública y, respetando las legítimas autonomías, cooperar a configurar rectamente la vida social, juntamente con todos los demás ciudadanos, según las competencias de cada uno y bajo su responsabilidad autónoma.

En mi discurso durante la Asamblea eclesial nacional de Verona, el año pasado, reafirmé que actuar en el ámbito político para construir un orden justo en la sociedad italiana no es tarea inmediata de la Iglesia como tal, sino de los fieles laicos. A esta tarea, de la máxima importancia, deben dedicarse con  generosidad y valentía, iluminados  por  la  fe y por el magisterio de la Iglesia y  animados por la caridad de Cristo.

Por esto, sabiamente se instituyeron las Semanas sociales de los católicos italianos, y esta providencial iniciativa también en el futuro podrá dar una contribución decisiva a la formación y la animación de los ciudadanos cristianamente inspirados.

La crónica diaria muestra que la sociedad de nuestro tiempo afronta múltiples emergencias éticas y sociales que pueden minar su estabilidad y poner seriamente en peligro su futuro. Es especialmente actual la cuestión antropológica, que abarca el respeto de la vida humana y la atención que se debe prestar a las exigencias de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Como se ha reafirmado en repetidas ocasiones, no se trata de valores y principios sólo "católicos", sino de valores humanos comunes que es preciso defender y tutelar, como la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación.

Y ¿qué decir de los problemas que atañen al trabajo en relación con la familia y los jóvenes? Cuando la precariedad del trabajo no permite a los jóvenes construir una familia, el desarrollo auténtico y completo de la sociedad queda seriamente perjudicado.

Renuevo aquí la invitación que hice durante la Asamblea eclesial de Verona a los católicos italianos, para que sepan aprovechar con conciencia la gran oportunidad que brindan estos desafíos y no reaccionen con un comportamiento abandonista, encerrándose en sí mismos, sino, al contrario, que se abran con confianza a nuevas relaciones, sin descuidar ninguna de las energías capaces de contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia.

Por último, no puedo por menos de aludir a un ámbito específico, que también  en  Italia estimula a los católicos  a  interrogarse:  es el ámbito de las relaciones entre religión y política. La  novedad  sustancial  que trajo Jesús  es  que él abrió el camino hacia un mundo  más humano y más libre, en el pleno respeto de la distinción y de la autonomía que existe entre lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22, 21).

Así pues, la Iglesia, por una parte, reconoce que no es un agente político; y, por otra, no puede por menos de interesarse del bien de toda la comunidad civil, en la que vive y actúa, y a la que da su peculiar contribución, formando en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de verdad y de honradez, encaminado a la búsqueda del bien común y no del beneficio personal.

Estos son los temas, sumamente actuales, a los que la próxima Semana social de los católicos italianos dedicará su atención. A quienes participen en ella les aseguro un recuerdo particular en la oración y, a la vez que expreso mi deseo de un fecundo y fructuoso trabajo para el bien de la Iglesia y de todo el pueblo de Italia, envío de corazón a todos una bendición apostólica especial.

Vaticano, 12 de octubre de 2007

 

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