A la Asamblea plenaria del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, 29 octubre 2009- Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Sala del Consistorio
Jueves 29 de octubre de 2009

Señores cardenales;
venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Con gran alegría os doy mi cordial bienvenida con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Deseo ante todo expresar mi agradecimiento a monseñor Claudio Maria Celli, presidente de vuestro Consejo pontificio, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a sus colaboradores y a los presentes, dándoos las gracias por la contribución que brindáis en los trabajos de la plenaria y por el servicio que prestáis a la Iglesia en el campo de las comunicaciones sociales.

Estos días reflexionáis sobre las nuevas tecnologías de la comunicación. Hasta un observador poco atento puede constatar con facilidad que en nuestro tiempo, precisamente gracias a las tecnologías más modernas, está en marcha una auténtica revolución en el ámbito de las comunicaciones sociales, de las que la Iglesia va tomando conciencia cada vez más responsable. Esas tecnologías, de hecho, hacen posible una comunicación veloz y penetrante, compartiendo ampliamente ideas y opiniones; facilitan la adquisición de informaciones y de noticias de manera capilar y accesible para todos. El Consejo pontificio para las comunicaciones sociales sigue desde hace tiempo esta sorprendente y veloz evolución de los medios de comunicación, atesorando las intervenciones del magisterio de la Iglesia. Deseo recordar aquí, en particular, dos Instrucciones pastorales: la Communio et progressio del Papa Pablo VI y la Aetatis novae querida por Juan Pablo II. Dos autorizados documentos de mis venerados predecesores, que han favorecido y promovido en la Iglesia una amplia sensibilización sobre estos temas. Además, los grandes cambios sociales que se han producido en los últimos veinte años han solicitado y continúan solicitando un atento análisis sobre la presencia y sobre la acción de la Iglesia en este campo. El siervo de Dios Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio (1990), recordó que "el trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo". Y añadió: "No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (n. 37). En efecto, la cultura moderna surge, antes aún que de los contenidos, del dato mismo de la existencia de nuevos modos de comunicar que utilizan lenguajes nuevos, se sirven de nuevas técnicas y crean nuevas actitudes psicológicas. Todo esto constituye un desafío para la Iglesia, llamada a anunciar el Evangelio a los hombres del tercer milenio manteniendo inalterado su contenido, pero haciéndolo comprensible también gracias a instrumentos y modalidades acordes con la mentalidad y las culturas de hoy.

Los medios de comunicación social, así llamados en el decreto conciliar Inter mirifica, actualmente han asumido potencialidades y funciones difícilmente imaginables en aquella época. El carácter multimedial y la interactividad estructural de los nuevos medios de comunicación, en cierto modo han disminuido la especificidad de cada uno de ellos, generando gradualmente una especie de sistema global de comunicación, de forma que, aun manteniendo cada medio su carácter peculiar, la evolución actual del mundo de la comunicación obliga cada vez más a hablar de una única forma comunicativa, que realiza una síntesis de las distintas voces o las sitúa en una estrecha conexión recíproca. Muchos de vosotros, queridos amigos, sois expertos en la materia y podéis analizar con mayor profesionalidad las diversas dimensiones de este fenómeno, incluidas sobre todo las antropológicas. Deseo aprovechar esta ocasión para invitar a cuantos en la Iglesia trabajan en el ámbito de la comunicación y tienen responsabilidades de guía pastoral, a fin de que recojan los desafíos que estas nuevas tecnologías plantean a la evangelización.

En el Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de este año, al subrayar la importancia que revisten las nuevas tecnologías, alenté a los responsables de los procesos de comunicación en todos los niveles a promover una cultura de respeto de la dignidad y del valor de la persona humana, un diálogo enraizado en la búsqueda sincera de la verdad, de la amistad que no es fin en sí misma, sino capaz de desarrollar los dones de cada uno para ponerlos al servicio de la comunidad humana. De este modo la Iglesia ejerce la que podríamos definir una "diaconía de la cultura" en el actual "continente digital", recorriendo sus caminos para anunciar el Evangelio, la única Palabra que puede salvar al hombre. Al Consejo pontificio para las comunicaciones sociales le corresponde profundizar en cada elemento de la nueva cultura de los medios de comunicación, comenzando por los aspectos éticos, y ejercer un servicio de orientación y de guía para ayudar a las Iglesias particulares a comprender la importancia de la comunicación, que ya representa un elemento inamovible e irrenunciable de todo plan pastoral. Por lo demás, precisamente las características de los nuevos medios de comunicación hacen posible, también a gran escala y en la dimensión globalizada que ha asumido, una acción de consulta, de distribución y de coordinación que, además de incrementar una eficaz difusión del mensaje evangélico, evita a veces una dispersión inútil de energías y recursos. Para los creyentes, sin embargo, es preciso sostener siempre con una constante visión de fe la necesaria valoración de las nuevas tecnologías mediáticas, conscientes de que, más allá de los medios que se emplean, la eficacia del anuncio del Evangelio depende en primer lugar de la acción del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia y el camino de la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, este año se celebra el 50° aniversario de la fundación de la Filmoteca vaticana —querida por mi venerado predecesor el beato Juan XXIII—, que ha reunido y catalogado material filmado desde 1896 hasta hoy capaz de ilustrar la historia de la Iglesia. La Filmoteca vaticana posee, por lo tanto, un rico patrimonio cultural, que pertenece a toda la humanidad. A la vez que expreso viva gratitud por lo que se ya se ha hecho, animo a proseguir este interesante trabajo de recopilación, que documenta las etapas del camino del cristianismo, a través del sugestivo testimonio de la imagen, para que estos bienes se custodien y conozcan. Gracias de nuevo a todos los presentes por la aportación que dais a la Iglesia en un ámbito tan importante como el de las comunicaciones sociales; os aseguro mi oración para que la acción de vuestro Consejo pontificio siga dando muchos frutos. Invoco sobre cada uno la intercesión de la Virgen y os imparto a todos la bendición apostólica.

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