A la diócesis de Acqui

Autor: Juan Pablo II

 

 

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA DIÓCESIS DE ACQUI
EN EL MILENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN GUIDO

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Al venerado hermano
Mons. PIER GIORGIO MICCHIARDI
Obispo de Acqui
1. Con gran satisfacción he sabido que esa diócesis quiere celebrar con una especial solemnidad, en este año 2004, el milenario del nacimiento del obispo san Guido, su patrono principal. Para esta feliz celebración, cuyo momento culminante será la fiesta del próximo 5 de septiembre, deseo enviarle a usted, venerado hermano, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a toda la comunidad diocesana un especial testimonio de mi participación espiritual. Se lo transmitirá el mismo cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, el cual, al participar en vuestras celebraciones, os renovará personalmente la expresión de mis sentimientos de profunda cercanía a todos vosotros.
La vida y la obra de san Guido de Acquesana, que nació en el año 1004, un tiempo difícil y al mismo tiempo significativo para la historia de la Iglesia y de Europa, brindan un generoso testimonio de Cristo, que ha llegado intacto hasta nosotros, diez siglos después. ¡Estupendo misterio de la comunión de los santos! La misma fe, el mismo bautismo, la gracia del mismo Espíritu, más allá de las diferencias históricas, aunque sean grandes, caracterizan  la experiencia del pueblo de Dios.
En el obispo san Guido, al que Acqui venera desde hace siglos como su protector celestial, resplandece la perenne elocuencia de la santidad, la misma santidad que he propuesto de nuevo a la Iglesia como camino real después del gran jubileo del año 2000.
2. Venerado hermano, esa comunidad diocesana ha considerado siempre como su "padre y patrono" a san Guido, el cual, siete siglos después del primer obispo, san Maggiorino, representó con su episcopado, que duró de 1034 a 1070, un viraje para la historia de la ciudad y de la diócesis de Acqui, dejando una huella destinada a durar también en los siglos posteriores. Celebrarlo en la extraordinaria conmemoración del milenario, mientras ofrece sobre todo a las nuevas generaciones la oportunidad de redescubrir su figura histórica, estimula a todos a preguntarse cuál es el mensaje que hoy nos transmite él, o mejor, Cristo Señor, único Pastor de la Iglesia, a través de él.
En el decreto de convocación de las celebraciones del milenario, usted, venerado hermano, puso de relieve un aspecto significativo y actual, que destaca en la existencia y en la obra de san Guido, revelando su valor providencial para las actuales exigencias eclesiales. Se trata del compromiso que manifestó al instituir y consolidar las parroquias rurales, esparcidas por el territorio, haciendo de ellas puntos de referencia para la vida religiosa y sacramental de los fieles, en un tiempo en el que el entramado pastoral de la diócesis se hallaba en condiciones difíciles y precarias a causa de invasiones, guerras y carestías. Con esta elección, san Guido manifestó su anhelo apostólico, pues deseaba que la Palabra de vida y los sacramentos de la salvación fueran accesibles a todas las poblaciones, y los fieles tuvieran lugares apropiados para crecer en la oración, en la instrucción catequética y en la solidaridad fraterna. Todo esto se conjuga bien con la renovada atención a la parroquia, que los obispos de Italia están promoviendo en estos años, para responder a los actuales desafíos espirituales y pastorales. Por tanto, expreso mi aprecio y mi aliento por las líneas que, en el citado decreto, usted ha indicado a los diversos componentes de las comunidades parroquiales, para que contribuyan a hacer que estas sean cada vez más Iglesia viva entre las casas de los hombres y memoria activa de la presencia de Cristo en el mundo.
3. Además del incremento de las parroquias, san Guido promovió con celo la formación espiritual y cultural del clero. También esta es una herencia que es preciso conservar y valorar en las circunstancias actuales. En efecto, la disminución del número de sacerdotes hace que revista una importancia fundamental ante todo el compromiso de una renovada pastoral vocacional, orientada a disponer los corazones jóvenes a acoger la llamada de Dios, que ciertamente no falta tampoco en nuestro tiempo. También es necesaria una atenta labor de preparación de los aspirantes al sacerdocio, que asegure una adecuada formación humana, intelectual y espiritual, en respuesta a las complejas exigencias del mundo de hoy. Por último, no deberá faltar el apoyo al clero que ya trabaja en la "viña del Señor":  los sacerdotes deben combatir la mentalidad laicista, hoy dominante, con su empeño en la vida espiritual, en el estudio y en la meditación de la palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia, así como con su constante y adecuada actualización teológica y cultural.
Al mismo tiempo, el santo patrono invita a integrar las dimensiones propiamente formativas con las de la fraternidad sacerdotal y del compromiso misionero:  en el ámbito del clero diocesano, estas últimas no están separadas, sino que son complementarias, según modelos de espiritualidad y de estilo sacerdotales que en cada Iglesia particular se inspiran, en gran parte, precisamente en el "carisma" del santo patrono.
4. Pertenecer a una diócesis determinada conlleva el don y al mismo tiempo el compromiso de "asemejarse", en cierto modo, a los santos que han marcado desde dentro su historia. Por tanto, de los fieles de Acqui, y más aún de sus pastores, es legítimo esperar que presenten en su estilo de vida algún rasgo de la fisonomía espiritual y pastoral de su santo patrono. Pienso, por ejemplo, en la preferencia atribuida a los valores del espíritu con respecto a los materiales, que en su juventud impulsó a san Guido a preferir los estudios a la administración del patrimonio familiar. Pienso en el desprendimiento y en la generosidad en el uso de los bienes económicos, que lo indujeron, una vez consagrado obispo, a donar todas sus pertenencias a la Iglesia de Acqui. Pienso en la admirable armonía entre la fidelidad al depósito de la fe y el espíritu de renovación, que siempre demostró en la acción pastoral.
¡Ojalá que el rostro de la Iglesia de Acqui brille con la santidad de su patrono! Del mismo modo que la catedral dedicada a santa María, a cuya realización dedicó sus energías y sus bienes con gran generosidad, constituye un elocuente monumento de su amor a Dios y a las almas, así deseo que también la comunidad de piedras vivas, en el actual momento de la historia, viva el perenne mensaje de este ejemplar testigo de Cristo y celoso pastor de la grey a él encomendada.
Con estos deseos, a los que uno la seguridad de una especial oración al Señor por intercesión de María santísima, formulo votos para que las celebraciones por el milenario de san Guido den frutos espirituales abundantes y duraderos, a la vez que de buen grado le envío a usted, venerado hermano, y a toda la comunidad diocesana la implorada bendición apostólica. Castelgandolfo, 30 de julio de 2004