A la plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, 18 noviembre 2010 -Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Jueves 18 de noviembre de 2010

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Para mí es una gran alegría encontrarme con vosotros con ocasión de la plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, durante la cual reflexionáis sobre el tema: «Hacia una nueva etapa del diálogo ecuménico». Os saludo a cada uno cordialmente, y deseo agradecer de modo particular al presidente, monseñor Kurt Koch, también las cordiales expresiones con las que ha interpretado vuestros sentimientos.

Ayer, como ha recordado monseñor Koch, celebrasteis con un solemne acto conmemorativo el 50° aniversario de la institución de vuestro dicasterio. El 5 de junio de 1960, en vísperas del concilio Vaticano II, que indicó como central para la Iglesia el compromiso ecuménico, el beato Juan XXIII creó el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos, denominado después, en 1988, Consejo pontificio. Fue un acto que constituyó una piedra miliar para el camino ecuménico de la Iglesia católica. A lo largo de cincuenta años se ha recorrido mucho camino. Deseo expresar viva gratitud a todos aquellos que han prestado su servicio en el Consejo pontificio, recordando ante todo a los presidentes que se han sucedido: los cardenales Augustin Bea, Johannes Willebrands y Edward Idris Cassidy; y deseo dar las gracias especialmente al cardenal Walter Kasper, que ha guiado el dicasterio, con competencia y pasión, en los últimos once años. Expreso mi agradecimiento a los miembros y consultores, a los oficiales y colaboradores, a quienes han contribuido a realizar los diálogos teológicos y los encuentros ecuménicos y a cuantos han rezado al Señor por el don de la unidad visible entre los cristianos. Son cincuenta años en los que se ha adquirido un conocimiento más verdadero y una estima mayor con las Iglesias y las comunidades eclesiales, superando prejuicios sedimentados en la historia; ha crecido el diálogo teológico, pero también el de la caridad; se han desarrollado varias formas de colaboración, entre las cuales, además de las orientadas a la defensa de la vida, a la salvaguardia de la creación y a combatir la injusticia, ha sido importante y fructuosa la colaboración en el campo de las traducciones ecuménicas de la Sagrada Escritura.

En estos últimos años, el Consejo pontificio se ha comprometido, entre otras cosas, en un amplio proyecto, llamado Harvest Project, para trazar un primer balance de las metas alcanzadas en los diálogos teológicos con las principales comunidades eclesiales desde el Vaticano II. Se trata de un valioso trabajo, que ha puesto de relieve tanto las áreas de convergencia como aquellas en las que es necesario seguir profundizando la reflexión. Dando gracias a Dios por los frutos ya recogidos, os aliento a proseguir en vuestro empeño por promover una correcta acogida de los resultados alcanzados y por dar a conocer con exactitud el estado actual de la investigación teológica al servicio del camino hacia la unidad. Hoy algunos piensan que ese camino, especialmente en Occidente, ha perdido su impulso; se percibe la urgencia de reavivar el interés ecuménico y de dar nueva fuerza a los diálogos. Además, se plantean desafíos inéditos: las nuevas interpretaciones antropológicas y éticas, la formación ecuménica de las nuevas generaciones, la ulterior fragmentación del escenario ecuménico. Es esencial tomar conciencia de estos cambios e identificar los caminos para avanzar de manera eficaz a la luz de la voluntad del Señor: «Que todos sean uno» (Jn 17, 21).

También con las Iglesias ortodoxas y las antiguas Iglesias orientales, con las cuales existen «vínculos estrechísimos» (Unitatis redintegratio, 15), la Iglesia católica prosigue con pasión el diálogo, tratando de profundizar de modo serio y riguroso el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común, y de afrontar con serenidad y compromiso los elementos que todavía nos dividen. Con los ortodoxos se ha llegado a tocar un punto crucial de confrontación y de reflexión: el papel del Obispo de Roma en la comunión de la Iglesia. Y la cuestión eclesiológica ocupa también el centro del diálogo con las antiguas Iglesias orientales: a pesar de muchos siglos de incomprensión y de lejanía, se ha constatado con gozo que se ha conservado un precioso patrimonio común.

Queridos amigos, pese a que se presentan nuevas situaciones problemáticas o puntos difíciles para el diálogo, la meta del camino ecuménico sigue invariada, así como el compromiso firme de perseguirla. No se trata, sin embargo, de un compromiso según categorías —por decirlo así— políticas, en las que entran en juego la habilidad de negociar o la mayor capacidad de encontrar arreglos, de modo que podamos esperar, como buenos mediadores, que, pasado cierto tiempo, se llegue a acuerdos aceptables para todos. La acción ecuménica se mueve en dos direcciones. Por una parte, la búsqueda convencida, apasionada y tenaz para encontrar toda la unidad en la verdad, para idear modelos de unidad, para iluminar oposiciones y puntos oscuros a fin de alcanzar la unidad. Y esto en el necesario diálogo teológico, pero sobre todo en la oración y en la penitencia, en el ecumenismo espiritual que constituye el corazón palpitante de todo el camino: la unidad de los cristianos es y seguirá siendo oración, habita en la oración. Por otra parte, otro movimiento operativo, que surge de la firme conciencia de que nosotros no sabemos la hora de la realización de la unidad entre todos los discípulos de Cristo y no la podemos conocer, porque la unidad no la «hacemos nosotros», la «hace» Dios: viene de lo alto, de la unidad del Padre con el Hijo en el diálogo de amor que es el Espíritu Santo; es participar en la unidad divina. Y esto no debe hacer que disminuya nuestro compromiso, es más, debe llevarnos a estar cada vez más atentos a captar los signos y los tiempos del Señor, sabiendo reconocer con gratitud lo que ya nos une y trabajando para que se consolide y crezca. En definitiva, también en el camino ecuménico, se trata de dejar a Dios lo que es únicamente suyo y de explorar, con seriedad, constancia y empeño, lo que es tarea nuestra, teniendo en cuenta que a nuestro compromiso pertenecen los binomios de actuar y sufrir, de actividad y paciencia, de fatiga y alegría.

Invoquemos con confianza al Espíritu Santo, para que guíe nuestro camino y cada uno sienta con renovado vigor la llamada a trabajar por la causa ecuménica. Os aliento a todos a proseguir en vuestra obra; es una ayuda que prestáis al Obispo de Roma en el cumplimiento de su misión al servicio de la unidad. Como signo de efecto y gratitud, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

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