A la segunda asamblea anual de la ROACO

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LA SEGUNDA ASAMBLEA ANUAL DE LA ROACO
Sala Clementina
Jueves 19 de junio de 2008

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos  miembros y amigos de la ROACO: 

Me alegra acogeros con ocasión de vuestra segunda sesión anual. Saludo cordialmente al señor cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos en calidad de presidente de la ROACO. Extiendo mi saludo al arzobispo secretario, monseñor Antonio Vegliò, a los demás prelados  y  al padre custodio de Tierra Santa, a los colaboradores del dicasterio, a los representantes de las diversas agencias  internacionales  y a los amigos de la Bethlehem University.

Ante todo, deseo daros las gracias por el valioso apoyo que brindáis a la misión propia del Obispo de Roma de presidir la caridad universal. En efecto, os reúne el amor a las Iglesias orientales católicas, a las que me alegra enviar un aliento especial como confirmación de la consideración que merecen por su vínculo fiel a la Sede de Pedro. Toda la Iglesia católica debe sostener su vida ordinaria y su peculiar misión, sobre todo a nivel ecuménico e interreligioso. Oportunamente la Congregación y la ROACO se hacen intérpretes de la solidaridad espiritual y material de todos los católicos, para que aquellas comunidades puedan vivir en plenitud el misterio de la única Iglesia de Cristo con fidelidad a sus tradiciones espirituales. Por tanto, os exhorto a fortalecer este vínculo de caridad para que, según la exhortación del Apóstol de los gentiles, quien esté en la abundancia ayude al que se encuentra en necesidad, y haya igualdad en la fraternidad (cf. 2 Co 8, 14-15).

Durante estos días, habéis dirigido vuestra atención a las comunidades católicas de Armenia y Georgia, que fueron de las primeras en recibir la luz de Cristo. Saludo cordialmente a mis hermanos en el episcopado, que sirven al pueblo de Dios en estas áreas, y recuerdo con placer nuestro reciente encuentro con ocasión de su visita ad limina. Viviendo humilde y fraternalmente con otras Iglesias cristianas, y sirviendo generosamente a los pobres, estas comunidades católicas, aun siendo pequeñas, pueden expresar de una manera muy práctica  la comunión de amor propia de la Iglesia católica universal. Permitidme recordar lo que dije con ocasión de la reciente visita de Su Santidad Karekin II:  "Si nuestro corazón y nuestra mente están abiertas al Espíritu de comunión, Dios puede obrar de nuevo milagros en la Iglesia restaurando los vínculos de unidad" (Discurso, 9 de mayo de  2008:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 6).

Queridos amigos de la ROACO, los sufrimientos de los cristianos iraquíes están desde hace tiempo en el centro de vuestro interés. Hace apenas tres meses, al comienzo de la Semana santa, nuestro corazón se llenó de inmensa tristeza a causa del asesinato del arzobispo de los caldeos en Mosul, Paulos Faraj Rahho. Como muchos otros cristianos iraquíes, el arzobispo tomó su cruz y siguió al Señor. Así, dando testimonio de la verdad, contribuyó a llevar justicia a su martirizado país y a todo el mundo. Fue un hombre de paz y de diálogo. Aliento a las organizaciones de ayuda aquí presentes a proseguir sus esfuerzos en apoyo de los cristianos iraquíes:  tanto de aquellos que viven en Irak, a menudo como refugiados, como de aquellos que en los países vecinos deben afrontar condiciones de vida difíciles.

Con gratitud y alivio hemos seguido los acontecimientos recientes en Líbano, que han impulsado a volver al camino del diálogo y de la comprensión mutua. Expreso de nuevo mi deseo de que Líbano responda con valentía a su vocación de ser, para Oriente Medio y para el mundo entero, un signo de la posibilidad efectiva de una coexistencia pacífica y constructiva entre los hombres. El domingo próximo los cristianos de Líbano tendrán la alegría de asistir en Beirut a la beatificación del venerable padre Jacques Ghazir Haddad. Tocado por la cruz de Jesús, este padre capuchino se hizo prójimo de los enfermos y de los pobres, y llamó a un gran número de mujeres jóvenes a servirlos. Ojalá que su testimonio toque hoy el corazón de los jóvenes cristianos libaneses, para que aprendan a su vez la dulzura de una vida evangélica al servicio de los pobres y de los pequeños, como testigos fieles de la fe católica en el mundo árabe.

Queridos hermanos y hermanas, algunos de mis colaboradores en la Curia romana, y entre estos el cardenal prefecto de vuestra Congregación, han visitado recientemente las comunidades latinas y orientales de Tierra Santa, haciéndose intérpretes del afecto y de la solicitud del Papa. Renuevo la expresión de mi especial gratitud a cuantos se interesan por la causa de esas comunidades, que es vital para toda la Iglesia. Comparto sus pruebas y sus esperanzas, y pido ardientemente a Dios poder visitarlas personalmente, así como le pido que algunos signos de paz, que acojo con inmensa confianza, pronto se hagan realidad.

Apelo a los responsables de las naciones para que se ofrezca a Oriente Medio, y en particular a la Tierra Santa, a Líbano e Irak, la anhelada paz y la estabilidad social, en el respeto de los derechos fundamentales de la persona, incluida una libertad religiosa real. Por lo demás, la paz es el único camino para afrontar también el grave problema de los prófugos y los refugiados, y para frenar la emigración, especialmente cristiana, que hiere profundamente a las Iglesias orientales.

Encomiendo estos deseos al beato Juan XXIII, amigo sincero de Oriente y Papa de la Pacem in terris. Y sobre todos invoco la intercesión celestial de la Reina de la paz, a la vez que de corazón imparto a cada uno mi bendición.

 

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