A los enfermos y a los agentes sanitarios

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS
Basílica de San Pedro
Sábado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría he venido a vosotros, y os agradezco vuestra afectuosa acogida. Os dirijo mi saludo de modo especial a vosotros, queridos enfermos, que estáis reunidos aquí, en la basílica de San Pedro, y quisiera extenderlo a todos los enfermos que nos están siguiendo mediante la radio y la televisión, y a los que no tienen esta posibilidad, pero se encuentran unidos a nosotros con los vínculos más profundos del espíritu, en la fe y en la oración. Saludo al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la Eucaristía, y al cardenal Francesco Marchisano, arcipreste de esta basílica vaticana.

Saludo a los demás obispos y sacerdotes presentes. Doy las gracias a la UNITALSI y a la Obra romana de peregrinaciones, que han preparado y organizado este encuentro, con la participación de numerosos voluntarios. Mi pensamiento se dirige también a la otra parte del planeta, a Australia, donde, en la ciudad de Adelaida, tuvo lugar hace algunas horas la celebración conclusiva de la Jornada mundial del enfermo, presidida por mi enviado, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Desde hace catorce años, el 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra también la Jornada mundial del enfermo. Todos sabemos que, en la gruta de Massabielle, la Virgen manifestó la ternura de Dios hacia los que sufren. Esta ternura, este amor solícito se hace sentir de modo particularmente vivo en el mundo precisamente el día de Nuestra Señora de Lourdes, actualizando en la liturgia, y especialmente en la Eucaristía, el misterio de Cristo Redentor del hombre, cuya primicia es la Virgen Inmaculada.
Al aparecerse a Bernardita como la Inmaculada Concepción, María santísima vino para recordar al mundo moderno la primacía de la gracia divina, más fuerte que el pecado y la muerte, pues corría el riesgo de olvidarla. Y el lugar de su aparición, la gruta de Massabielle, en Lourdes, se ha convertido en un punto de atracción para todo el pueblo de Dios,  especialmente para todos los que se sienten oprimidos y sufren en el cuerpo y en el espíritu. "Venid a mí todos los que estáis cansados y fatigados, y yo os aliviaré" (Mt 11, 28), dijo Jesús. En Lourdes sigue repitiendo esta invitación, con la mediación materna de María, a todos los que acuden allí con confianza.
Queridos hermanos, este año, junto con mis colaboradores del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, hemos querido poner en el centro de la atención a las personas afectadas por enfermedades mentales. "Salud mental y dignidad humana" fue el tema del congreso que se celebró en Adelaida, profundizando al mismo tiempo aspectos científicos, éticos y pastorales. Todos sabemos que Jesús consideraba al hombre en su totalidad para curarlo completamente, en el cuerpo, en la psique y en el espíritu. En efecto, la persona humana es una, y sus diversas dimensiones pueden y deben distinguirse, pero no separarse. Así también la Iglesia se propone siempre considerar a las personas como tales, y esta concepción distingue a las instituciones sanitarias católicas, así como el estilo de los agentes sanitarios que trabajan en ellas.
En este momento, pienso de modo particular en las familias que tienen un enfermo mental y afrontan la carga y los diversos problemas que esto plantea. Nos sentimos cercanos a todas estas situaciones, con la oración y con las innumerables iniciativas que la comunidad eclesial realiza en todo el mundo, especialmente donde no existe una legislación al respecto, donde las instituciones públicas son insuficientes, y donde calamidades naturales o, por desgracia, guerras y conflictos armados producen graves traumas psíquicos a las personas. Son formas de pobreza que atraen la caridad de Cristo, buen samaritano, y de la Iglesia, indisolublemente unida a  él al servicio de la humanidad que sufre.
A todos los médicos, los enfermeros y demás agentes sanitarios, a todos los voluntarios comprometidos en este campo quisiera entregarles hoy simbólicamente la encíclica Deus caritas est, con el deseo de que el amor de Dios esté siempre vivo en su corazón, para que anime su trabajo diario, sus proyectos, sus iniciativas y sobre todo sus relaciones con las personas enfermas. Actuando en nombre de la caridad y con el estilo de la caridad, vosotros, queridos amigos, también contribuís eficazmente  a la evangelización, porque el anuncio del Evangelio necesita signos coherentes que lo confirmen. Y estos signos hablan el lenguaje del amor universal, un lenguaje comprensible a todos.
Dentro de poco, creando el clima espiritual de Lourdes, se apagarán las luces de la basílica y encenderemos nuestras velas, símbolo de fe y de ardiente invocación a Dios. El canto del Ave María de Lourdes nos invitará a ir espiritualmente a la gruta de Massabielle, a los pies de la Virgen Inmaculada. A ella, con profunda fe, queremos presentarle nuestra condición humana, nuestras enfermedades, signo de la necesidad que todos tenemos, mientras estamos en camino en esta peregrinación terrena, de que su Hijo Jesucristo nos salve.
Que María mantenga viva nuestra esperanza, para que, fieles a la enseñanza de Cristo, renovemos el compromiso de aliviar a los hermanos en sus enfermedades.  Que  el Señor haga que nadie se  sienta  solo y abandonado en los momentos de necesidad, sino que, al contrario, afronte, incluso la enfermedad, con dignidad humana. Con estos sentimientos,  os  imparto  de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios.

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