A los fieles que habían venido a la canonización de los cinco beatos

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS
QUE HABÍAN PARTICIPADO EN LA CANONIZACIÓN

Lunes 24 de octubre de 2005

Queridos hermanos y hermanas: 
Después de la solemne celebración de ayer, me alegra encontrarme nuevamente con vosotros. Habéis venido para rendir homenaje a los cinco nuevos santos:  José Bilczewski, Segismundo Gorazdowski; Alberto Hurtado Cruchaga, Cayetano Catanoso y Félix de Nicosia. Os saludo cordialmente a todos y os agradezco el afecto que me habéis manifestado. Saludo a los cardenales presentes, a los obispos, a los sacerdotes, así como a las distinguidas autoridades civiles; saludo a las religiosas y a los religiosos, y a todos los fieles laicos.

Doy la bienvenida a los pastores y a los fieles que han venido de Ucrania. Saludo a los representantes de las autoridades estatales. Hoy damos gracias por la canonización de dos grandes santos:  el obispo Józef Bilczewski y el sacerdote Segismundo Gorazdowski. Ambos vivieron su sacerdocio unidos a Cristo y dedicados totalmente a los hermanos. La oración, el amor a la Eucaristía y la práctica de la caridad fue el camino de su santidad. A la protección de estos santos patronos encomiendo a la Iglesia en Ucrania y a todo el pueblo ucranio. Que Dios, mediante su intercesión, bendiga abundantemente a todos.
Saludo cordialmente a los polacos presentes. Me alegra que juntos podamos glorificar a los nuevos santos. La santidad de José Bilczewski puede describirse con tres palabras:  oración, trabajo, abnegación. "Ser todo para todos, para salvar al menos a uno", era el deseo de san Segismundo Gorazdowski. Ambos, sacando fuerzas de la oración y de la Eucaristía, se entregaron totalmente a Dios y llevaron eficazmente una ayuda material y espiritual a los más necesitados. A su protección encomiendo a todos los fieles de la Iglesia que está en Polonia y, de modo particular, a los obispos y a los sacerdotes. Dios os bendiga.

Una figura insigne de la nación chilena es el padre Alberto Hurtado Cruchaga, sacerdote de la Compañía de Jesús, que ayer he tenido el gozo de canonizar. Al encontrarme aquí con vosotros, queridos hermanos y hermanas, me siento muy cercano a todo el pueblo de Chile. Deseo que mi saludo llegue también a los que están espiritualmente unidos a esta gran fiesta de acción de gracias y de alabanza al Señor por la proclamación del nuevo santo. El objetivo de su vida fue ser otro Cristo. Así se comprende mejor su conciencia filial ante el Padre, su espíritu de oración, su hondo amor a María, su generosidad en darse totalmente, su entrega y servicio a los pobres. A la luz de la verdad del Cuerpo místico, experimentó el dolor ajeno como propio y esto lo impulsó a una mayor dedicación a los pobres, fundando para ellos el "Hogar de Cristo". Es hermoso que hoy esté aquí un grupo representativo de ese centro, dando testimonio del ambiente familiar que le imprimió nuestro santo y que sigue contando con la colaboración de tantas personas de buena voluntad. La vida del padre Hurtado invita a todos a la responsabilidad, pero especialmente a la santidad. Que san Alberto Hurtado interceda por todos, para que llevéis a vuestros hogares, comunidades eclesiales y ámbitos sociales, la luz que dio esplendor a su vida y gozo a su corazón.
Os dirijo mi saludo ahora a vosotros, queridos amigos devotos de san Cayetano Catanoso. De modo especial, pienso en los fieles de la archidiócesis de Reggio Calabria-Bova, a la que pertenecía, así como a las religiosas Verónicas de la Santa Faz. El padre Cayetano vivió con plenitud su ministerio presbiteral:  desde el día de su ordenación, en 1902, hasta su muerte, ocurrida en 1963, fue un auténtico servidor del pueblo de Dios a él confiado, primero en una pequeña aldea del Aspromonte y después en una gran parroquia urbana. Anunció el reino de Dios con celo apostólico y con la convicción del testigo; administró los sacramentos y, sobre todo, la divina Eucaristía, sumergiéndose cada día en el misterio del amor oblativo de Cristo. Se puso al servicio de los últimos, de los más alejados, a los que abrió su corazón e infundió esperanza; se dedicó a los niños pobres y abandonados, con una intensa obra de evangelización y de promoción humana. Para ir al encuentro de las personas necesitadas, fundó una congregación inspirada en la figura de la "Verónica", es decir, con el don de reconocer el rostro santo del Señor en el de los hermanos, para amarlos y servirlos.
Os saludo ahora a vosotros, que habéis venido para participar en la canonización de Félix de Nicosia y, en particular, a los Frailes Menores Capuchinos y al numeroso grupo de peregrinos provenientes de Sicilia. Queridos hermanos y hermanas, el nuevo santo no sólo representa las características más notables y arraigadas de vuestra tierra, sino que también enriquece, con su existencia impregnada totalmente por el Evangelio, la larga tradición de santidad y de cultura cristiana que ha florecido desde la antigüedad en la isla. En un mundo fuertemente tentado por la búsqueda de la apariencia y del bienestar egoísta, san Félix recuerda a todos que la alegría verdadera se esconde a menudo en las pequeñas cosas, y se alcanza cumpliendo el deber diario con espíritu de servicio. Deseo de corazón que, con su ayuda y su intercesión, hagáis vuestro el gran mensaje de fe y de espiritualidad que aún hoy el santo de Nicosia sigue enviando a sus hermanos y a todos los fieles:  adherirse cada vez más profundamente a la voluntad de Dios, para encontrar en ella paz verdadera, realización plena de sí mismo y alegría perfecta.
Todos juntos, queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios, que no cesa de suscitar en la Iglesia ejemplos luminosos, siempre nuevos, de santidad. Invocamos a los santos y beatos como protectores y contamos con su ayuda celestial. Pero, al mismo tiempo, su testimonio nos estimula a imitarlos para crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Os encomiendo a todos a la intercesión de estos nuevos santos, para que cada uno de vosotros lleve en el corazón un destello de la santidad de Dios y lo refleje en todas las circunstancias de la vida. Que vele por vosotros sobre todo María santísima, Reina de los santos, y os acompañe mi bendición, que extiendo de corazón a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.

© Copyright 2005 - Libreria Editrice Vaticana