A los obispos de Asia central en visita ad limina, 2 octubre 2008 - Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE ASIA CENTRAL
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Jueves 2 de octubre de 2008

Venerados hermanos:

Me alegra particularmente encontrarme con vosotros al final de vuestra visita ad limina Apostolorum. Con profunda gratitud acojo vuestro saludo, del que se ha hecho intérprete monseñor Tomash Peta. Os saludo a cada uno de vosotros, a los obispos y al delegado para los fieles greco-católicos en Kazajstán, al administrador apostólico en Kirguizistán, al administrador apostólico en Uzbekistán, al superior de la missio sui iuris en Tayikistán y al superior de la missio sui iuris en Turkmenistán. También os doy las gracias porque me habéis traído el saludo de los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral en las regiones de Asia central. Os aseguro que el Sucesor de Pedro sigue vuestro ministerio con constante oración y afecto fraterno. Esta casa, la casa del Obispo de Roma, es también vuestra.

Con gran interés y atención he escuchado de cada uno de vosotros las realizaciones, los compromisos, los proyectos y los deseos de vuestras comunidades, naturalmente junto con los problemas y las dificultades que encontráis en la acción pastoral. Damos gracias al Señor porque, a pesar de las duras presiones ejercidas durante los años del régimen ateo y comunista, gracias a la abnegación de celosos sacerdotes, religiosos y laicos, la llama de la fe ha permanecido encendida en el corazón de los creyentes.

Las comunidades pueden reducirse a una "pequeña grey". ¡No hay que desanimarse, queridos hermanos! Mirad las primeras comunidades de los discípulos del Señor, las cuales, aun siendo pequeñas, no se encerraban en sí mismas, sino que, impulsadas por el amor de Cristo, no dudaban en socorrer a los pobres y asistir a los enfermos, anunciando y testimoniando a todos con alegría el Evangelio. También hoy, como entonces, el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia. Por tanto, dejaos guiar por él y mantened viva en el pueblo cristiano la llama de la fe; conservad y valorad las experiencias pastorales y apostólicas realizadas en el pasado; seguid educando a todos en la escucha de la Palabra de Dios; suscitad especialmente en los jóvenes el amor a la Eucaristía y la devoción mariana, difundiendo en las familias la práctica del rosario. Buscad, además, con paciencia y valentía, nuevas formas y métodos de apostolado, preocupándoos de actualizarlos según las exigencias del momento, teniendo en cuenta la lengua y la cultura de los fieles confiados a vosotros. Esto requiere una unidad aún más firme entre vosotros, pastores, y el clero.

En efecto, este compromiso resultará más incisivo y eficaz si no actuáis solos, sino que tratáis de implicar cada vez más a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores, a los religiosos y las religiosas, así como a los laicos dedicados a las diversas iniciativas pastorales. Además, recordad que ante todo a estos cooperadores vuestros, obreros como vosotros en la viña del Señor, debéis prestar atención y escucha. Por tanto, mostraos dispuestos a salir al encuentro de sus expectativas, apoyadlos en los momentos de dificultad, invitadlos a confiar cada vez más en la divina Providencia, que nunca nos abandona, sobre todo en la hora de la prueba; y acompañadlos cuando se encuentren en condiciones de soledad humana y espiritual. El fundamento de todo ha de ser el recurso constante a Dios en la oración y la búsqueda continua de la unidad entre vosotros, así como en cada una de vuestras respectivas y diversas comunidades.

Todo esto es aún más necesario para afrontar los desafíos que la actual sociedad globalizada plantea al anuncio y a la práctica coherente de la vida cristiana también en vuestras regiones. Aquí quiero recordar cómo, además de las dificultades a las que aludí antes, se registran casi por doquier en el mundo fenómenos preocupantes, que ponen en serio peligro la seguridad y la paz. Me refiero, en particular, a la plaga de la violencia y del terrorismo, a la difusión del extremismo y del fundamentalismo. Ciertamente, es preciso contrastar estos flagelos con intervenciones legislativas. Pero la fuerza del derecho no puede transformarse nunca en injusticia; ni se puede limitar el libre ejercicio de las religiones, puesto que profesar libremente la propia fe es uno de los derechos humanos fundamentales, reconocidos universalmente.

Me parece útil reafirmar que la Iglesia no impone, sino que propone libremente la fe católica, sabiendo bien que la conversión es el fruto misterioso de la acción del Espíritu Santo. La fe es don y obra de Dios. Precisamente por eso está prohibida cualquier forma de proselitismo que obligue, induzca o atraiga a alguien con medios inoportunos a abrazar la fe (cf. Ad gentes, 13). Una persona puede abrirse a la fe después de una reflexión madura y responsable, y debe poder realizar libremente esta íntima inspiración. Esto no sólo beneficia a la persona, sino también a toda la sociedad, dado que la observancia fiel de los preceptos divinos ayuda a construir una convivencia más justa y solidaria.

Queridos hermanos, os animo a proseguir el trabajo que habéis emprendido, valorando sabiamente las aportaciones de todos. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a los sacerdotes y a los religiosos que trabajan en las diversas circunscripciones eclesiásticas, en particular a los franciscanos en la diócesis de la Santísima Trinidad en Almaty, a los jesuitas en Kirguizistán, a los franciscanos conventuales en Uzbekistán, a los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado en la missio sui iuris en Tayikistán, y a los Oblatos de María Inmaculada en la missio sui iuris en Turkmenistán.

Invito también a otras familias religiosas a dar generosamente su contribución, enviando personal y medios para llevar a cabo el trabajo apostólico en las vastas regiones de Asia central. A cada uno de vosotros repito que el Papa os acompaña y os apoya en vuestro ministerio. Que María, Reina de los Apóstoles, vele siempre sobre vosotros y sobre vuestras comunidades. Que os acompañe también mi oración. Os bendigo de corazón a todos.

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