A los obispos de Bosnia y Herzegovina en visita ad limina

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE BOSNIA Y HERZEGOVINA
EN VISITA "AD LIMINA"
Viernes 24 de febrero de 2006

Venerados hermanos en el episcopado:

"Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5, 9). Con estas palabras de Jesús os saludo cordialmente al final de vuestra visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros deseo enviar mi saludo también a los fieles que el divino Maestro ha encomendado a vuestro cuidado pastoral. Gracias, señor cardenal Vinko Puljic, por las palabras que, también en nombre de los demás obispos de Bosnia y Herzegovina, ha querido dirigirme, expresando al mismo tiempo los sentimientos de las respectivas comunidades.
Al informarme sobre la situación de vuestros fieles, así como sobre las dificultades de su vida diaria, habéis destacado los elementos de esperanza que su compromiso justifica, y los programas pastorales que estáis llevando a cabo. Nuestros encuentros me han permitido percibir vuestro fuerte deseo de mantener viva la comunión de propósitos, para afrontar unidos los actuales desafíos que se plantean a vuestro pueblo.
Ciertamente, son numerosas las dificultades, pero es grande vuestra confianza, así como la de vuestros sacerdotes y fieles, en la divina Providencia. Después de los tristes años de la reciente guerra, hoy vosotros, como artífices de paz, estáis llamados a fortalecer la comunión y a difundir la misericordia, la comprensión y el perdón en nombre de Cristo tanto en el seno de las comunidades cristianas como en el complejo entramado social de Bosnia y Herzegovina.
Sé bien que vuestra misión no es fácil, pero sé también que mantenéis vuestra mirada fija siempre en Cristo, quien, habiendo amado a todos hasta el fin, asignó a sus discípulos una tarea fundamental, que resume todas las demás, la tarea de amar. Para ser fecundo en el ámbito espiritual, el amor no debe limitarse a seguir leyes terrenas; también debe dejarse iluminar por la verdad que es Dios y traducirse en la medida superior de justicia que es la misericordia. Si actuáis con este espíritu, podréis cumplir muy bien la misión que se os ha confiado, contribuyendo a cicatrizar las heridas aún abiertas y a resolver contrastes y divisiones, herencia de los años pasados.
 
Impulsados por el amor a Cristo, estáis decididos a no desalentaros, incluso ante los arduos problemas que os agobian. Me refiero a la situación de los exiliados, para los que deseo la elaboración de acuerdos oportunos que garanticen el respeto de los derechos de todos. En particular, pienso en la necesaria igualdad entre los ciudadanos de distinta religión, en la urgencia de medidas para responder a la creciente falta de trabajo para los jóvenes, en la disminución de las tensiones amenazadoras entre etnias, herencia de complejas vicisitudes históricas de vuestra tierra.
La Sede apostólica está a vuestro lado, como testimonia también el reciente nombramiento de un nuncio residente, que podrá mantener un contacto permanente con las diversas instituciones del país. Queridos y venerados hermanos, sentíos parte viva del Cuerpo místico de Cristo. Podéis contar con la solidaridad orante, concreta y afectuosa de la Santa Sede y de toda la Iglesia católica.
 
A la vez que os agradezco el atento ministerio que desempeñáis, quisiera referirme a algunas preocupaciones, que vosotros mismos habéis manifestado, sobre ciertos aspectos de la vida de vuestras diócesis. Ante todo, es importante hacer todo lo posible para que crezca cada vez más la unidad de la grey de Cristo:  entre vosotros, pastores legítimos, y los religiosos, en especial los que desempeñan un ministerio pastoral en el territorio de la diócesis; entre el clero diocesano y las personas consagradas; y, por último, entre todos los que están al servicio del pueblo cristiano, superando, si es necesario, incomprensiones y dificultades vinculadas a acontecimientos del pasado.
La Iglesia persigue por doquier un único objetivo, el de edificar el reino de Dios en todas partes y en el corazón de cada persona. Los sucesores de los Apóstoles y sus colaboradores en el ministerio pastoral tienen encomendada la misión de preservar intacta la herencia del Señor, adhiriéndose fielmente al patrimonio doctrinal y espiritual de la Iglesia en su integridad.
Bienaventurados los que trabajan por la paz. Estas palabras no sólo se aplican bien a la misión de la Iglesia hacia el exterior, sino también a las relaciones entre sus miembros en su interior. Los diversos organismos eclesiales, en sus legítimas articulaciones, están regulados por normas canónicas que son expresión de una experiencia secular, en cuya maduración ha habido una asistencia de lo Alto. Al obispo, padre de la comunidad que Cristo le ha encomendado, corresponde discernir lo que contribuye a la edificación de la Iglesia de Cristo. En este sentido, el obispo es pontífice, es decir, "constructor de puentes" entre las diversas exigencias de la comunidad eclesial. Y esto constituye un aspecto del ministerio episcopal particularmente importante en el actual momento histórico, en el que Bosnia y Herzegovina reanuda el camino de la colaboración para construir su futuro de desarrollo social y de paz.
Venerados hermanos, el Sucesor de Pedro está a vuestro lado y os asegura su apoyo constante. Estos días que habéis pasado en Roma y los encuentros que habéis tenido conmigo y con mis colaboradores de la Curia romana os han permitido experimentar cuán sincera y fraterna es nuestra cercanía espiritual. Ruego al Señor que derrame la abundancia de sus gracias sobre vosotros, sobre vuestros sacerdotes, sobre los religiosos y las religiosas, así como sobre todo el pueblo de vuestro país. Encomiendo esta súplica a la intercesión de María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que interceda en favor de todos sus hijos. Con estos sentimientos, os imparto mi bendición, que de corazón extiendo a vuestras comunidades, a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad de la amada Bosnia y Herzegovina.

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