A los obispos de Gambia, Sierra Leona y Liberia en visita «ad limina», 29 abril 2010-Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE GAMBIA, SIERRA LEONA Y LIBERIA
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»
Jueves 29 de abril de 2010

Queridos hermanos en el episcopado:

Me complace daros la bienvenida, obispos de Liberia, Gambia y Sierra Leona con ocasión de vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Agradezco los sentimientos de comunión y afecto que el obispo Koroma me ha expresado en vuestro nombre, y os ruego que trasmitáis mi afectuoso saludo y mi aliento a vuestros amados pueblos para que lleven una vida digna de la vocación a la que han sido llamados (cf. Ef 4, 1).

La II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos fue una experiencia rica de comunión y una ocasión providencial para renovar vuestro ministerio episcopal y reflexionar sobre su tarea esencial, es decir, «ayudar al pueblo de Dios a que corresponda a la palabra de la Revelación con la obediencia de la fe y abrace íntegramente la enseñanza de Cristo» (Pastores gregis, 31). Me complace saber por vuestras relaciones quinquenales que, a la vez que os dedicáis a administrar vuestras diócesis, os esforzáis personalmente por predicar el Evangelio en las confirmaciones, en vuestras visitas a las parroquias, en los encuentros con grupos de sacerdotes, religiosos o fieles laicos, y en vuestras cartas pastorales. Mediante vuestra enseñanza el Señor preserva a vuestros pueblos del mal, de la ignorancia y de la superstición, y los transforma en hijos de su reino. Esforzaos por construir comunidades vigorosas y expansivas de hombres y mujeres fuertes en su fe, contemplativos y gozosos en la liturgia, y bien instruidos sobre «como conviene que vivan para agradar a Dios» (1 Ts 4, 1). En un contexto marcado por el divorcio y la poligamia, promoved la unidad y el bienestar de la familia cristiana basada en el sacramento del matrimonio. Las iniciativas y asociaciones dedicadas a la santificación de esta comunidad básica merecen todo vuestro apoyo. Seguid defendiendo la dignidad de las mujeres en el marco de los derechos humanos y protegiendo a vuestros pueblos contra los intentos de introducir una mentalidad antinatalista, disfrazada como una forma de progreso cultural (cf. Caritas in veritate, 28). Vuestra misión también requiere que prestéis atención a un adecuado discernimiento y preparación de las vocaciones y a la formación permanente de los sacerdotes, que son vuestros colaboradores más directos en la tarea de la evangelización. Seguid guiándolos con la palabra y el ejemplo a ser hombres de oración, firmes y claros en su enseñanza, maduros y respetuosos en sus relaciones con los demás, fieles a sus compromisos espirituales y fuertes en la compasión hacia todos los necesitados. Asimismo, no dudéis en invitar a misioneros de otros países para contribuir a la buena labor que realizan vuestros sacerdotes, religiosos y catequistas.

En vuestros países se tiene a la Iglesia en gran consideración por su contribución al bien de la sociedad, especialmente en la educación, el desarrollo y la asistencia sanitaria, que se ofrecen a todos sin distinción. Esta aportación describe bien la vitalidad de vuestra caridad cristiana, la herencia divina que su fundador dejó a la Iglesia universal (cf. Caritas in veritate, 27). Aprecio especialmente la asistencia que prestáis a los refugiados y los inmigrantes, y os exhorto a buscar, en la medida de lo posible, la cooperación pastoral de sus países de origen. La lucha contra la pobreza debe llevarse a cabo respetando la dignidad de todos los implicados y alentándolos a ser los protagonistas de su propio desarrollo integral. Se puede hacer mucho con compromisos comunitarios a pequeña escala e iniciativas micro-económicas al servicio de las familias. Mejorar la educación será siempre un factor decisivo para desarrollar y sostener dichas estrategias. Por consiguiente, os aliento a seguir ofreciendo programas escolares que preparen y motiven a las nuevas generaciones a ser ciudadanos responsables, socialmente activos para el bien de sus comunidades y de sus países. Justamente impulsáis a quienes ocupan cargos de autoridad a luchar contra la corrupción llamando la atención sobre la gravedad y la injusticia de dichos pecados. A este propósito, la formación espiritual y moral, mediante cursos especializados de doctrina social católica, de hombres y mujeres laicos que puedan ser líderes es una contribución importante al bien común.

Os felicito por la atención que prestáis al gran don de la paz. Pido para que el proceso de reconciliación en la justicia y la verdad, que justamente habéis sostenido en la región, lleve a un respeto duradero de todos los derechos humanos que Dios ha dado y neutralice las tendencias a las represalias y la venganza. En vuestro servicio a la paz seguid promoviendo el diálogo con las demás religiones, especialmente con el islam, para mantener las buenas relaciones existentes y prevenir cualquier forma de intolerancia, injusticia u opresión, perjudicial para la promoción de la confianza mutua. Trabajar juntos en la defensa de la vida y en la lucha contra la enfermedad y la malnutrición suscitará comprensión, respeto y aceptación. La Iglesia local se debe caracterizar, ante todo, por un clima de diálogo y de comunión. Con vuestro ejemplo impulsad a los sacerdotes, religiosos y laicos a aumentar la comprensión y la cooperación, a escucharse recíprocamente y a compartir iniciativas. La Iglesia como signo e instrumento de la única familia de Dios debe dar un testimonio claro del amor de Jesús, nuestro Señor y Salvador, que supera las fronteras étnicas y abraza a todos los hombres y mujeres.

Queridos hermanos en el episcopado, sé que encontráis inspiración y aliento en las palabras de Cristo resucitado a los Apóstoles: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Al regresar a vuestros países, continuad vuestra misión como sucesores de los Apóstoles. Os ruego que transmitáis mis mejores y afectuosos deseos a vuestros sacerdotes, religiosos, catequistas, y a vuestros amados pueblos. Imparto de corazón mi bendición apostólica a cada uno de vosotros y a cuantos han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral.

© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana