A los obispos nombrados en el último año - 19 de septiembre

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO  DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN EL ÚLTIMO AÑO

Lunes 19 de septiembre de 2005

Queridos hermanos en el episcopado: 
Con gran afecto os saludo con el deseo de Cristo resucitado a los Apóstoles:  "¡La paz con vosotros!". Al inicio de vuestro ministerio episcopal habéis venido en peregrinación a la tumba de san Pedro para renovar vuestra fe, reflexionar sobre vuestras responsabilidades como sucesores de los Apóstoles y expresar vuestra comunión con el Papa.
Las jornadas de estudio organizadas para los obispos nombrados recientemente son una cita ya tradicional y os ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre algunos aspectos importantes del ministerio episcopal en un intercambio fraterno de pensamientos y experiencias. Este encuentro se inserta en las iniciativas de formación permanente del obispo, que recomendó la exhortación apostólica Pastores gregis. Si múltiples motivos exigen al obispo un esfuerzo de actualización, con mayor razón es útil que, desde el inicio de su misión, tenga la posibilidad de realizar una adecuada reflexión sobre los desafíos y los problemas que deberá afrontar. Estas jornadas también os permiten conoceros personalmente y hacer una experiencia concreta del afecto colegial que debe animar vuestro ministerio.
Doy las gracias al cardenal Giovanni Battista Re por haber interpretado vuestros sentimientos. Saludo cordialmente a monseñor Antonio Vegliò, secretario de la Congregación para las Iglesias orientales, y me alegra que los obispos de rito oriental se hayan adherido a esta iniciativa juntamente con los hermanos de rito latino, aun previendo tener momentos especiales de encuentro en el mencionado dicasterio para las Iglesias orientales.
Al haber dado los primeros pasos en el oficio episcopal, ya os habéis dado cuenta de cuán necesarias son la confianza humilde en Dios y la valentía apostólica, que nace de la fe y del sentido de responsabilidad del obispo. De ello era consciente el apóstol san Pablo, que ante el trabajo pastoral ponía su esperanza únicamente en el Señor, reconociendo que su fuerza provenía sólo de él. En efecto, afirmaba:  "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13). Cada uno de vosotros, queridos hermanos, debe estar seguro de que en el desempeño del ministerio jamás está solo, porque el Señor está cerca de él con su gracia y su presencia, como nos recuerda la constitución dogmática Lumen gentium, en la que se reafirma la presencia de Cristo salvador en la persona y en la acción ministerial del obispo (cf. n. 21).
Entre vuestras tareas, quisiera subrayar la de ser maestros de la fe. El anuncio del Evangelio está en el origen de la Iglesia y de su desarrollo en el mundo, así como del crecimiento de los fieles en la fe. Los Apóstoles tuvieron plena conciencia de la importancia primaria de este servicio suyo:  para poder estar totalmente a disposición del ministerio de la Palabra, eligieron a los diáconos y los destinaron al servicio de la caridad (cf. Hch 6, 2-4). Queridos hermanos, como sucesores de los Apóstoles, sois doctores fidei, doctores auténticos que anuncian al pueblo, con la misma autoridad de Cristo, la fe que hay que creer y vivir. A los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral debéis ayudarles a redescubrir la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que dio a su Hijo Jesús para nuestra salvación. En efecto, como bien sabéis, creer consiste sobre todo en ponerse en manos de Dios, que nos conoce y nos ama personalmente, y en acoger la verdad que reveló en Cristo con la actitud confiada que nos lleva a tener confianza en él, Revelador del Padre. A pesar de nuestras debilidades y nuestros pecados, él nos ama, y este amor suyo da sentido a nuestra vida y a la del mundo.
La respuesta a Dios exige el camino interior que lleva al creyente a encontrarse con el Señor. Este encuentro sólo es posible si el hombre es capaz de abrir su corazón a Dios, que habla en la profundidad de la conciencia. Esto exige interioridad, silencio, vigilancia, actitudes que os invito a vivir personalmente y a proponer a vuestros fieles, tratando de promover iniciativas oportunas de tiempos y lugares que ayuden a descubrir el primado de la vida espiritual.
En la pasada fiesta de San Pedro y San Pablo apóstoles, entregué a la Iglesia el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, síntesis fiel y segura del texto precedente más amplio. Hoy, os entrego idealmente a cada uno de vosotros estos dos documentos fundamentales de la fe de la Iglesia, para que sean punto de referencia de vuestra enseñanza y signo de la comunión de fe que vivimos. La forma de diálogo que tiene el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica y el uso de las imágenes quieren ayudar a cada fiel a ponerse personalmente ante la llamada de Dios, que resuena en la conciencia, para entablar un coloquio íntimo y personal con él; un coloquio que se extiende a la comunidad en la oración litúrgica, traduciéndose en fórmulas y ritos provistos de una belleza que favorece la contemplación de los misterios de Dios. Así, la lex credendi se convierte en lex orandi.
Os exhorto a estar cerca de vuestros sacerdotes, pero también de los numerosos catequistas de vuestras diócesis, que colaboran en vuestro ministerio:  a cada uno de ellos le envío, a través de vosotros, mi saludo y mi aliento. Trabajad para que el Año de la Eucaristía, que ya está a punto de terminar, deje en el corazón de los fieles el deseo de arraigar cada vez más toda su vida en la Eucaristía. Que la Eucaristía sea, también para vosotros, la fuerza inspiradora de vuestro ministerio pastoral. El modo mismo de celebrar la misa por parte del obispo alimenta la fe y la devoción de los sacerdotes y los fieles. Y en la diócesis, cada obispo, como "primer dispensador de los misterios de Dios", es el responsable de la Eucaristía, es decir, tiene la tarea de velar para que la celebración de la Eucaristía sea digna y decorosa, y promover el culto eucarístico. Asimismo, el obispo debe fomentar en especial la participación de los fieles en la misa dominical, en la que resuena la Palabra de vida y Cristo mismo se hace presente bajo las especies del pan y del vino.
Además, la misa permite a los fieles alimentar también el sentido comunitario de la fe.
Queridos hermanos, tened gran confianza en la gracia e infundid esta confianza en vuestros colaboradores, para que la perla preciosa de la fe siempre resplandezca, se conserve, se defienda y se transmita en su pureza. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras diócesis invoco la protección de María, a la vez que de corazón imparto a cada uno mi bendición.

© Copyright 2005 - Libreria Editrice Vaticana