A los participantes en la III Asamblea ecuménica europea, 20 de agosto del 2007

Autor: Benedicto XVI

 

CARTA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES
EN LA TERCERA ASAMBLEA ECUMÉNICA EUROPEA ORGANIZADA
POR EL CONSEJO DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA
Y POR LA CONFERENCIA DE LAS IGLESIAS DE EUROPA

Al cardenal
PÉTER ERDO
presidente del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa,
y al pastor
JEAN-ARNOLD DE CLERMONT
presidente de la Conferencia de las Iglesias de Europa

Con alegría dirijo mi saludo a todos los delegados y participantes en la III Asamblea ecuménica europea, en Sibiu, que reflexiona sobre un importante tema para la nueva evangelización de Europa: "La luz de Cristo ilumina a todos los hombres. Esperanza de renovación y unidad en Europa", y que se ha planteado la tarea de "reconocer una nueva luz en Cristo crucificado y resucitado para favorecer el camino de la reconciliación entre los cristianos de Europa".

Os saludo a cada uno y, a través de vosotros, al Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y a la Conferencia de las Iglesias de Europa. Miro este importante encuentro con la viva esperanza de que impulse el camino ecuménico hacia el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los cristianos. En efecto, esta es una prioridad pastoral que he querido subrayar desde el inicio de mi pontificado. El compromiso en la búsqueda de la unidad visible de todos los cristianos es esencial para que la luz de Cristo pueda resplandecer sobre todos los hombres.

Como afirmó mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, con el concilio Vaticano II «la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los "signos de los tiempos"» (Ut unum sint, 3). "Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer a la Iglesia" (ib., 9). Consciente de ello, la Iglesia católica seguirá con confianza por el camino de la comunión y de la unidad de los cristianos, un camino ciertamente difícil, pero lleno de alegría (cf. ib., 2).

¡Cuántos "signos de los tiempos" nos han sostenido y animado a proseguir por este camino durante los decenios y durante las precedentes Asambleas ecuménicas europeas de Basilea (1989) y Graz (1997), hasta la firma de la Charta oecumenica de Estrasburgo en 2001!

También los numerosos encuentros y celebraciones ecuménicas, juntamente con el trabajo paciente del diálogo teológico a nivel local e internacional, nos han ofrecido signos alentadores y nos han hecho "tomar una conciencia más viva de la Iglesia como misterio de unidad" (Novo millennio ineunte, 48). El verdadero diálogo se entabla donde no sólo existe la palabra sino también la escucha, y donde en la escucha tiene lugar el encuentro; en el encuentro, la relación; y en la relación, la comprensión, entendida como profundización y transformación de nuestro ser cristiano. Por consiguiente, el diálogo no atañe sólo al campo del saber y de lo que somos capaces de hacer. Más bien, hace hablar a la persona creyente, más aún, al Señor mismo en medio de nosotros.

Hay dos elementos que deben orientarnos en nuestro compromiso: el diálogo en la verdad y el encuentro en el signo de la fraternidad. Ambos necesitan el ecumenismo espiritual como fundamento. El concilio Vaticano II ya había constatado: "Esta conversión del corazón y esta santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse el alma de todo el movimiento ecuménico" (Unitatis redintegratio, 8).

La oración por la unidad representa el camino real hacia el ecumenismo. Permite a los cristianos de Europa mirar de forma nueva a Cristo y la unidad de su Iglesia. Además, nos hace capaces de afrontar con valentía tanto los recuerdos dolorosos, de los que no está exenta la historia europea, como los problemas sociales en la era del relativismo hoy ampliamente predominante. En todas las épocas, hombres y mujeres de oración, entre los que se cuentan los numerosos testigos de la fe de todas las confesiones, han sido los principales constructores de reconciliación y de unidad. Han impulsado a los cristianos divididos a buscar el camino de la reconciliación y de la unidad.

Los cristianos debemos ser conscientes de la tarea que se nos ha encomendado, que consiste en llevar a Europa y al mundo la voz de Aquel que dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Tenemos la misión de hacer que resplandezca la luz de Cristo ante los hombres y las mujeres de hoy: no nuestra luz, sino la de Cristo. Pidamos, pues, a Dios la unidad y la paz para los europeos y mostrémonos dispuestos a contribuir a un verdadero progreso de la sociedad en Europa, tanto en el este como en el oeste. Estoy convencido de que el encuentro de Sibiu ofrecerá sugerencias valiosas para proseguir e intensificar la vocación específica de Europa, sugerencias que luego deben ayudar a construir un futuro mejor para su población.

Deseo que la III Asamblea ecuménica europea de Sibiu logre crear espacios de encuentro para la unidad en la legítima diversidad. En un clima de confianza recíproca y con la certeza de que nuestras raíces comunes son mucho más profundas que nuestras divisiones, será posible evitar una falsa autosuficiencia y superar las divergencias, experimentando espiritualmente el fundamento común de nuestra fe. Europa necesita lugares de encuentro y experiencias de unidad en la fe guiadas por el Espíritu. Pido a Dios que, mediante su Espíritu, haga que vuestra Asamblea de Sibiu sea uno de esos lugares.

Que la luz de Cristo ilumine el camino del continente europeo. El Señor bendiga a vuestras familias, a las comunidades, a las Iglesias y a todos los que, en las diversas regiones de Europa, se declaran discípulos de Cristo.

Castelgandolfo, 20 de agosto de 2007

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