A un grupo de vírgenes consagradas de cincuenta y dos países

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE VÍRGENES CONSAGRADAS
CON OCASIÓN DEL SEGUNDO CONGRESO DEL "ORDO VIRGINUM"
Jueves 15 de mayo de 2008

Amadísimas hermanas:

1.Os acojo y saludo con alegría a cada una de vosotras, consagradas con "solemne rito nupcial a Cristo" (Ritual de consagración de vírgenes, 30), con ocasión del congreso-peregrinación internacional del Ordo virginum, que estáis celebrando durante estos días en Roma.

Saludo, en particular, al cardenal Franc Rodé y le agradezco sus cordiales palabras y el empeño puesto en sostener esta iniciativa, a la vez que expreso de corazón mi gratitud al comité organizador. Al elegir el tema guía de estos días, os habéis inspirado en una afirmación mía que sintetiza lo que dije en otra ocasión sobre vuestra realidad de mujeres que viven la virginidad consagrada en el mundo: un don en la Iglesia y para la Iglesia. A esta luz, deseo confirmaros en vuestra vocación e invitaros a crecer cada día en la comprensión de un carisma tan luminoso y fecundo a los ojos de la fe, como oscuro e inútil a los del mundo.

2."Sed esclavas del Señor de nombre y de hecho, a imitación de la Madre de Dios" (Ritual de consagración de vírgenes, 29). El Orden de las vírgenes constituye una expresión particular de vida consagrada, que volvió a florecer en la Iglesia después del concilio Vaticano II (cf. Vita consecrata, 7). Pero sus raíces son antiguas: se remontan a los inicios de la vida evangélica, cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada, es decir, al deseo de entregar a Dios todo su ser, que había tenido en la Virgen de Nazaret y en su "sí" su primera realización extraordinaria. El pensamiento de los Padres ve en María el prototipo de las vírgenes cristianas y muestra la novedad del nuevo estado de vida al que se accede mediante una libre elección de amor.

3."Que en ti, Señor, lo posean todo, porque te han elegido a ti solo, por encima de todo" (Ritual de consagración de vírgenes, 38). Vuestro carisma debe reflejar la intensidad, pero también la lozanía de los orígenes. Se funda en la sencilla invitación evangélica de que "quien pueda entender, que entienda" (Mt 19, 12) y en el consejo paulino sobre la virginidad por el Reino (cf. 1 Co 7, 25-35). Y, sin embargo, en él se encierra todo el misterio cristiano. Cuando nació, vuestro carisma no se configuraba con modalidades particulares de vida, pero después fue institucionalizándose paulatinamente, hasta llegar a una verdadera consagración pública y solemne, conferida por el obispo mediante un sugestivo rito litúrgico, que convertía a la mujer consagrada en la sponsa Christi, imagen de la Iglesia esposa.

4.Queridas hermanas, vuestra vocación está profundamente arraigada en la Iglesia particular a la que pertenecéis: a vuestros obispos corresponde reconocer en vosotras el carisma de virginidad, consagraros y posiblemente permanecer cerca de vosotras en vuestro camino, para enseñaros el temor del Señor, como se comprometen a hacer durante la solemne liturgia de consagración. Desde el ámbito de la diócesis, con sus tradiciones, sus santos, sus valores, sus límites y sus dificultades, os extendéis al ámbito de la Iglesia universal, sobre todo compartiendo su oración litúrgica, que se os confía para que "resuene sin interrupción en vuestro corazón y en vuestros labios" (Ritual de consagración de vírgenes, 42). De este modo, vuestro "yo" orante se dilatará progresivamente hasta que en la oración sólo haya un gran "nosotros". Esta es la oración eclesial y la verdadera liturgia. En el diálogo con Dios, abríos al diálogo con todas las criaturas, para las cuales seréis como madres, madres de los hijos de Dios (cf. Ritual de consagración de vírgenes, 29).

5.Sin embargo, vuestro ideal, en sí mismo verdaderamente elevado, no exige ningún cambio exterior particular. Normalmente, cada una de las consagradas permanece en su propio ambiente de vida. Es un camino que parece exento de las características específicas de la vida religiosa, sobre todo de la obediencia. Pero para vosotras el amor se convierte en seguimiento: vuestro carisma implica una entrega total a Cristo, una configuración con el Esposo, que requiere implícitamente la observancia de los consejos evangélicos, para conservar íntegra la fidelidad a él (cf. Ritual de consagración de vírgenes, 47).

Estar con Cristo exige interioridad, pero, al mismo tiempo, impulsa a comunicarse con los hermanos: aquí se inserta vuestra misión. Una "regla de vida" esencial define el compromiso que cada una de vosotras asume con el permiso del obispo, tanto a nivel espiritual como existencial. Se trata de caminos personales. Entre vosotras hay diversos estilos y modalidades de vivir el don de la virginidad consagrada, y esto se hace aún más evidente durante un encuentro internacional, como el que estáis celebrando durante estos días. Os exhorto a ir más allá de las apariencias, captando el misterio de la ternura de Dios que cada una lleva en sí y reconociéndoos como hermanas, dentro de vuestra diversidad.

6."Que vuestra vida sea un testimonio particular de caridad y signo visible del Reino futuro" (Ritual de consagración de vírgenes, 30). Haced que vuestra vida personal irradie siempre la dignidad de ser esposa de Cristo, que exprese la novedad de la existencia cristiana y la espera serena de la vida futura. Así, con vuestra vida recta, podréis ser estrellas que orientan el camino del mundo. En efecto, la elección de la vida virginal recuerda a las personas la transitoriedad de las realidades terrenas y la anticipación de los bienes futuros. Sed testigos de la espera vigilante y operante, de la alegría, de la paz, que es propia de quien se abandona al amor de Dios. Estad presentes en el mundo y, sin embargo, sed peregrinas hacia el Reino, pues la virgen consagrada se identifica con la esposa que, juntamente con el Espíritu, invoca la venida del Señor: "El Espíritu y la esposa dicen: "¡Ven!"" (Ap 22, 17).

7.Al concluir, os encomiendo a María. Y hago mías las palabras de san Ambrosio, el cantor de la virginidad cristiana, dirigiéndolas a vosotras: "Que en cada una de vosotras esté el alma de María para proclamar la grandeza del Señor; que en cada una de vosotras esté el espíritu de María para que os alegréis en Dios. Aunque hay una sola madre de Cristo según la carne, en cambio, según la fe, Cristo es el fruto de todos, puesto que cada alma recibe al Verbo de Dios, con tal que, inmaculada y sin vicios, conserve la castidad con pudor virginal" (Comentario a san Lucas 2, 26: PL 15, 1642).

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