Al cardenal Giacomo Biffi, 03 de marzo del 2007

Autor: Benedicto XVI

 

CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CARDENAL GIACOMO BIFFI,
PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Al venerado hermano
Señor cardenal
GIACOMO BIFFI
Arzobispo emérito de Bolonia

Al llegar felizmente a su conclusión los ejercicios espirituales, con este mensaje deseo testimoniarle, venerado hermano, mi cordial agradecimiento y mi vivo aprecio por el servicio que nos ha prestado a mí y a mis colaboradores de la Curia romana, guiándonos con sus estimulantes meditaciones.

Con la riqueza y la profundidad de pensamiento que conocemos muy bien, usted nos ha impulsado a elevar nuestra mente y nuestro corazón a "las cosas de arriba" (Col 3, 1-2), como indicaba el tema —de inspiración paulina— de estas jornadas de oración y reflexión.

Tomando como punto de partida las dos invitaciones litúrgicas con las que, por decirlo así, se inicia el camino cuaresmal:  "Convertíos y creed en el Evangelio", "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás", usted nos ha ayudado a meditar en el señorío de Cristo sobre el cosmos y sobre la historia, en  su  bienaventurada Pasión, en el misterio de la Iglesia y en la Eucaristía, así como en la relación de estas realidades sobrenaturales con el mundo.

Completando y valorando las reflexiones teológicas y espirituales de cada día, nos ha presentado sabiamente algunas figuras de "testigos" que, de diversas maneras y con estilos diferentes, han orientado y sostenido nuestro itinerario hacia Cristo, plenitud de vida para cada persona y para el universo entero.

¿Cómo le podemos agradecer, querido señor cardenal, un regalo tan valioso? Sólo el Señor sabrá y podrá recompensarlo dignamente. Yo, por mi parte, y estoy seguro de que también quienes se han beneficiado de las meditaciones que nos ha dirigido, queremos asegurarle un ferviente recuerdo en la oración por su persona y por sus intenciones más queridas.

Y para que este vínculo de oración sea más válido y eficaz, lo encomiendo a la intercesión celestial de María santísima. "Que en cada uno esté el alma de María":  esta hermosa exhortación, que usted, haciéndose eco de san Ambrosio, ha puesto como culmen de los ejercicios, quisiera yo dirigirla como un íntimo deseo a usted, venerado hermano, a la vez que de corazón le renuevo la bendición apostólica, haciéndola extensiva a sus seres queridos.

Vaticano, 3 de marzo de 2007

 

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