Al Consejo de gobierno del Fondo internacional de desarrollo agrícola, 20 febrero 2009 -Benedicto XVI

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL CONSEJO DE GOBIERNO DEL FONDO INTERNACIONAL
DE DESARROLLO AGRÍCOLA
Sala Clementina
Viernes 20 de febrero de 2009

Señor presidente del Consejo de gobierno;
gobernadores;
representantes permanentes de los Estados miembros;
funcionarios del FIDA;
señoras y señores: 

Me complace tener esta oportunidad de encontrarme con todos vosotros al concluir las celebraciones con motivo del trigésimo aniversario de la creación del Fondo internacional de desarrollo agrícola. Agradezco al presidente saliente, señor Lennart Båge, sus amables palabras y felicito al señor Kanayo Nwanze por su elección para este alto cargo, expresándole mis mejores deseos. Os agradezco a todos que hayáis venido aquí hoy y os aseguro mis oraciones por la importante labor que realizáis promoviendo el desarrollo agrícola. Vuestro trabajo es particularmente importante en este momento a causa de los efectos dañinos de la actual inestabilidad de los precios de los productos agrícolas sobre la seguridad alimentaria. Esto requiere nuevas estrategias a largo plazo para luchar contra la pobreza rural y para promover el desarrollo rural. Como sabéis, la Santa Sede comparte plenamente vuestro empeño por superar la pobreza y el hambre, y por ayudar a las poblaciones más pobres del mundo. Rezo para que la celebración del aniversario del fida sea para vosotros un incentivo para tratar de alcanzar en los próximos años estos importantes objetivos con renovada energía y determinación.

Desde el inicio, el Fondo internacional ha obtenido una forma ejemplar de cooperación y corresponsabilidad entre naciones con diferentes grados de desarrollo. Cuando los países ricos y las naciones en vías de desarrollo se unen para tomar decisiones conjuntas y para establecer criterios específicos para la contribución que cada país debe dar al presupuesto del Fondo, se puede afirmar de verdad que los diferentes Estados miembros se encuentran en el mismo plano, expresando su solidaridad mutua y su compromiso común de erradicar la pobreza y el hambre. En un mundo cada vez más interdependiente, este tipo de procesos conjuntos de toma de decisiones es esencial si se quieren dirigir los asuntos internacionales con equidad y visión de futuro.

Asimismo, es laudable el empeño del FIDA por promover las oportunidades de empleo en las comunidades rurales, con el fin de que, a largo plazo, no dependan de la ayuda exterior. La asistencia dada a los productores locales sirve para construir la economía y contribuye al desarrollo global de la nación implicada. En este sentido, los proyectos de "créditos rurales", destinados a ayudar a pequeños granjeros y trabajadores agrícolas que no tienen tierras propias, pueden relanzar la economía global y proporcionar mayor seguridad alimentaria para todos. Estos proyectos ayudan también a las comunidades indígenas a prosperar en su propia tierra y a vivir en armonía con su cultura tradicional, en lugar de verse obligadas a desarraigarse para buscar empleo en ciudades masificadas, llenas de problemas sociales, donde a menudo tienen que soportar condiciones de vida miserables.

Este enfoque tiene el mérito particular de volver a situar el sector agrícola en el lugar que le corresponde dentro de la economía y del tejido social de las naciones en vías de desarrollo. A este propósito, pueden dar una valiosa contribución las organizaciones no gubernamentales, algunas de las cuales están estrechamente vinculadas a la Iglesia católica y están comprometidas en la aplicación de su doctrina social. El principio de subsidiariedad requiere que cada grupo de la sociedad sea libre de dar su contribución al bien general. Con demasiada frecuencia, a los agricultores de las naciones en vías de desarrollo se les niega esta oportunidad, cuando su trabajo es explotado con codicia y su producción se desvía hacia mercados lejanos, con poco o ningún beneficio para la propia comunidad local.

Hace cerca de cincuenta años, mi predecesor el beato Papa Juan XXIII, a propósito de la tarea de labrar la tierra, dijo: "Los agricultores deben poseer una conciencia clara y profunda de la nobleza de su trabajo. Viven en plena armonía con la Naturaleza, el templo majestuoso de la creación. (...) El trabajo del campo está dotado de una dignidad específica" (Mater et Magistra, 144-145). Todo el trabajo humano es una participación en la providencia creadora de Dios todopoderoso, pero el trabajo del campo lo es de modo destacado. Una sociedad verdaderamente humana siempre sabrá cómo apreciar y recompensar adecuadamente la contribución que da el sector agrícola. Si se lo apoya y equipa como conviene, puede sacar a una nación de la pobreza y poner los fundamentos de una creciente prosperidad.

Señoras y señores, a la vez que damos gracias por los logros de los últimos treinta años, es necesario renovar la determinación de actuar en armonía y solidaridad con todos los diferentes elementos de la familia humana a fin de asegurar un acceso equitativo a los recursos de la tierra ahora y en el futuro. La motivación para actuar de esta forma procede del amor:  amor a los pobres, amor que no puede tolerar la injusticia o la privación, amor que no puede descansar hasta que la pobreza y el hambre desaparezcan de entre nosotros.

Los objetivos de erradicar la miseria y el hambre, y promover la seguridad alimentaria y el desarrollo rural, lejos de ser demasiado ambiciosos o irreales, se convierten, en este contexto, en imperativos vinculantes para toda la comunidad internacional. Rezo fervientemente para que las actividades de organizaciones como la vuestra continúen contribuyendo significativamente a la consecución de estos objetivos. A la vez que os doy las gracias y os animo a perseverar en la buena obra que lleváis a cabo, os encomiendo a la solicitud constante de nuestro Padre amoroso, Creador del cielo y de la tierra, y de todo cuanto contienen. ¡Que Dios os bendiga!

 

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