Al Embajador de Grecia

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL SEÑOR MILTIADIS HISKAKIS,
NUEVO EMBAJADOR DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE
Sábado 15 de marzo de 2008

Excelencia

Es un placer para mí darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Grecia ante la Santa Sede. Le agradezco el amable saludo que me ha transmitido de parte de su excelencia el señor Karolos Papoulias, y le ruego que le asegure a él, a los responsables de su país y al pueblo de Grecia, mis mejores deseos y mis oraciones por su bienestar y su paz.

Recientemente, varios encuentros significativos han fortalecido los vínculos de buena voluntad entre Grecia y la Santa Sede. Inmediatamente después del jubileo del año 2000, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II visitó su país durante su peregrinación tras las huellas de san Pablo. Esto llevó a un intercambio de visitas de las delegaciones ortodoxa y católica en Roma y Atenas. En el año 2006 me alegró recibir a su presidente aquí, en el Vaticano, y me honró con su visita Su Beatitud Cristódulos, cuya reciente muerte sigue entristeciendo a los cristianos de su país y de todo el mundo. Ruego al Señor que conceda a este pastor devoto el descanso de sus fatigas y lo bendiga por sus valerosos esfuerzos para superar la brecha entre los cristianos del Oriente y del Occidente.

Aprovecho esta ocasión para transmitir al nuevo arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Su Beatitud Jerónimos, mi sincero y fraterno saludo de paz, juntamente con la seguridad de mis constantes oraciones por la fecundidad de su ministerio y por su buena salud.

También aprovecho esta oportunidad para reiterar mi vivo deseo de cooperación en el camino hacia la unidad de los cristianos. A este respecto, su excelencia ha puesto de relieve los signos de esperanza que emergen de los encuentros ecuménicos de los últimos decenios. No sólo han reafirmado lo que católicos y ortodoxos ya tienen en común, sino que también han abierto la puerta a debates más profundos sobre el significado preciso de la unidad de la Iglesia. Indudablemente, se requiere honradez y confianza por parte de todos para seguir afrontando de modo eficaz las importantes cuestiones suscitadas por este diálogo. Nos impulsa el "nuevo espíritu" de amistad que ha caracterizado nuestras conversaciones, invitando a todos los participantes a una conversión y a una oración permanentes, las únicas que pueden garantizar que los cristianos alcancen un día la unidad por la que Jesús oró tan ardientemente (cf. Jn 17, 21).

El inminente jubileo dedicado al bimilenario del nacimiento de san Pablo será una ocasión particularmente propicia para intensificar nuestros esfuerzos ecuménicos, porque san Pablo fue un hombre que "se comprometió con todas sus fuerzas por la unidad y la concordia de todos los cristianos" (Homilía durante la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, 28 de junio de 2007:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de julio de 2007, p. 6). Este brillante "Apóstol de los gentiles" dedicó sus energías a predicar la sabiduría de la cruz de Cristo al pueblo griego, forjado por la refinada cultura helenística. Dado que el recuerdo de san Pablo está arraigado para siempre en su tierra, Grecia desempeñará un papel importante en esta celebración. Confío en que los peregrinos que vayan a Grecia para venerar los santos lugares vinculados a su vida y a su enseñanza sean acogidos con el espíritu cordial de hospitalidad por el que es famosa su nación.

El intenso intercambio entre la cultura helenística y el cristianismo permitió que aquella se transformara gracias a la enseñanza cristiana, y que este se enriqueciera con la lengua y la filosofía griegas. Esto permitió a los cristianos anunciar el Evangelio de modo más coherente y persuasivo en todo el mundo. Incluso hoy, quien visita Atenas puede contemplar las palabras que san Pablo dirigió a los sabios ciudadanos de la polis, inscritas ahora en el monumento situado frente al Areópago. Habló del único Dios en el que "vivimos, nos movemos y existimos" (cf. Hch 17, 16-34). La vigorosa predicación de san Pablo del misterio de Cristo a los corintios, que tenían en gran estima su herencia filosófica (cf. 1 Co 2, 5), abrió su cultura a la influencia benéfica de la palabra de Dios. Sus palabras resuenan aún en el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Pueden ayudar a nuestros contemporáneos a apreciar más profundamente su dignidad humana, y promover así el bien de toda la familia humana.

Espero que el Año paulino se convierta en un catalizador que provoque una reflexión sobre la historia de Europa e impulse a sus habitantes a redescubrir el inestimable tesoro de valores que han heredado de la sabiduría integral de la cultura helenística y del Evangelio.

Señor embajador, le agradezco que me haya asegurado la decisión de su gobierno de afrontar las cuestiones administrativas concernientes a la Iglesia católica en su nación. Entre ellas, tiene especial importancia la cuestión de su situación jurídica. Los fieles católicos, aunque su número sea escaso, esperan los resultados positivos de esas deliberaciones. En efecto, cuando los líderes religiosos y las autoridades civiles cooperan para elaborar una legislación justa con respecto a la vida de las comunidades eclesiales locales, aumenta el bienestar espiritual de los fieles y el bien de toda la sociedad.

En el ámbito internacional, elogio los esfuerzos de Grecia por promover la paz y la reconciliación, especialmente en la región de la cuenca del Mediterráneo. Ojalá que sus esfuerzos por aliviar las tensiones y disipar las sombras de sospechas que han permanecido desde hace tiempo en el camino hacia una coexistencia plenamente armoniosa en la región ayuden a reavivar el espíritu de buena voluntad entre las personas y las naciones.

Por último, señor embajador, no puedo menos de recordar la devastación causada por los incendios que hicieron estragos en toda Grecia el verano pasado. Sigo recordando en mis oraciones a los damnificados por ese desastre, e invoco la gracia y la fuerza de Dios sobre todas las personas implicadas en el proceso de reconstrucción.

En el momento en que asume su cargo dentro de la comunidad diplomática acreditada ante la Santa Sede, le expreso mis mejores y más fervientes deseos de éxito en su misión y le aseguro que las distintas oficinas de la Curia romana estarán siempre dispuestas a ayudarle en sus tareas. Invoco de corazón sobre usted y sobre todo el amado pueblo de Grecia las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.

 

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