Ángelus, 5 agosto 2001

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II 

ÁNGELUS

Domingo 5 de agosto de 2001

       

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Mañana, 6 de agosto, celebraremos la solemnidad de la Transfiguración del Señor. Los evangelistas san Lucas, san Marcos y san Mateo narran concordemente que Jesús llevó "a un monte alto", identificado como el Tabor, en Galilea, a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y se transfiguró en su presencia. "Su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17, 1-2). Junto a él aparecieron las venerables figuras de Moisés y Elías. El Padre mismo, desde "una nube luminosa", habló en aquel momento, diciendo:  "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle" (Mt 17, 5).

Este misterio, que el Señor entonces ordenó mantener en secreto (cf. Mt 17, 9), después de su resurrección se convirtió en parte integrante de la buena nueva:  Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, al que hoy contemplamos resplandeciente de luz en su gloria.

2. Dos mil años después, la Iglesia repite con la misma fuerza que Cristo es la luz del mundo. Su luz imprime cada día un sentido nuevo a nuestro modo de vivir.

Este anuncio marcó toda la existencia del siervo de Dios Pablo VI, que falleció el 6 de agosto de 1978. Para el Ángelus de aquel día, que no pudo pronunciar, había escrito:  "La Transfiguración del Señor ilumina con una luz deslumbrante nuestra vida diaria y nos lleva a pensar en el destino inmortal que aquel acontecimiento prefigura".

Escuchemos de nuevo sus palabras, a veintitrés años de distancia, con íntima emoción. Recordemos con gratitud y afecto a este venerado predecesor mío, que dio fiel testimonio de Cristo en años complicados y difíciles. Oremos por él, invocando a la santísima Virgen, Madre celestial de Dios.

3. ¡María, Madre de Dios! Así la venera hoy Roma, celebrando la dedicación de la patriarcal basílica de Santa María la Mayor, la más antigua de las iglesias consagradas a la santísima Virgen María en Occidente. Esta fiesta, tan querida para los romanos, invita a dirigir la mirada a la mujer que el Padre eligió como Madre de su Hijo unigénito y, por esto, como Madre de la humanidad entera. Pidámosle que nos ayude a permanecer siempre unidos a su Hijo Jesús:  ahora y en la hora de nuestra muerte.

Después de la plegaria mariana del Ángelus, El Santo Padre dirigió palabras de saludo a los presentes en francés, inglés, alemán, español, portugués, italiano y polaco. He aquí lo que dijo en castellano: 

Saludo con afecto a los fieles de lengua española que han participado en esta oración mariana del Ángelus, en especial a la "Coral del Táchira" de Venezuela y al grupo de fieles de Logroño, España. Os invito, en estas fechas veraniegas, a reponer las fuerzas del cuerpo y a escuchar con sosiego la palabra de Dios, acogiéndola en el corazón como hizo la Virgen María.

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