Regina caeli Ascensión

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

"REGINA CAELI" 

Solemnidad de la Ascensión
Domingo 12 de mayo de 2002 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. En muchos países, como en Italia, la solemnidad de la Ascensión de Cristo se ha trasladado a hoy. Con esta fiesta recordamos que Jesús, después de su resurrección, se apareció a los discípulos durante cuarenta días (cf. Hch 1, 3), al cabo de los cuales, habiéndolos conducido al monte de los Olivos, "lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista" (Hch 1, 9). El Redentor, resucitado y elevado al cielo, constituye para los creyentes el ancla de salvación y de consuelo en el compromiso diario al servicio de la verdad y de la paz, de la justicia y de la libertad. Al subir al cielo, nos vuelve a abrir el camino hacia la patria celestial, pero no para evadirnos de la historia, sino para infundir esperanza en nuestro camino.

2. En efecto, debemos afrontar cada día las realidades de este mundo. Nos lo recuerda también la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que celebramos hoy.

Los progresos más recientes en las comunicaciones y en las informaciones han ofrecido a la Iglesia nuevas posibilidades de evangelización. Por eso, he pensado proponer este año un tema de gran actualidad:  "Internet:  un nuevo foro para la proclamación del Evangelio".

Debemos entrar con realismo y confianza en esta moderna y cada vez más densa red de comunicación, convencidos de que, si se utiliza con competencia y consciente responsabilidad, puede brindar oportunidades valiosas para la difusión del mensaje evangélico.

Por tanto, no hay que tener miedo de "remar mar adentro" en el vasto océano informático. También a través de él la buena nueva puede llegar al corazón de los hombres y de las mujeres del nuevo milenio.

3. Sin embargo, no conviene olvidar jamás que el secreto de toda acción apostólica es, ante todo, la oración. Precisamente en intensa oración, después de la Ascensión, los discípulos vivieron en el cenáculo, esperando al Espíritu Santo prometido por Cristo. En medio de ellos estaba  también María,  la Madre de Jesús (Hch 1, 14). Mientras nos preparamos para celebrar, el domingo próximo, la solemne fiesta de Pentecostés, invoquemos con María al Espíritu Santo, para que infunda en los cristianos un nuevo impulso misionero y guíe los pasos de la humanidad por la vía de la solidaridad y la paz.

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