Regina caeli del 3 de abril de 2005
MISA EN SUFRAGIO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
REGINA CAELI
Domingo 3 de abril de 2005
Juan Pablo II había indicado el tema de la meditación del "Regina caeli" del II domingo de Pascua, o domingo de la Misericordia divina. El 3 de abril, al final de la misa en sufragio del Papa, presidida por el cardenal Angelo Sodano en la plaza de San Pedro, el arzobispo monseñor Leonardo Sandri leyó el texto preparado, que ofrecemos seguidamente.
Amadísimos hermanos y hermanas: 1. Resuena también hoy el gozoso aleluya de la Pascua. La página del evangelio de san Juan que leemos hoy destaca que el Resucitado, al atardecer de aquel día, se apareció a los Apóstoles y "les mostró las manos y el costado" (Jn 20, 20), es decir, los signos de la dolorosa pasión grabados de modo indeleble en su cuerpo también después de la resurrección. Aquellas heridas gloriosas, que ocho días después hizo tocar al incrédulo Tomás, revelan la misericordia de Dios, que "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único" (Jn 3, 16).
Este misterio de amor está en el centro de la actual liturgia del domingo in Albis, dedicada al culto de la Misericordia divina.
2. A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!
Señor, que con tu muerte y resurrección revelas el amor del Padre, creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: ¡Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero!
3. La solemnidad litúrgica de la Anunciación, que celebraremos mañana, nos impulsa a contemplar con los ojos de María el inmenso misterio de este amor misericordioso que brota del Corazón de Cristo. Ayudados por ella, podemos comprender el verdadero sentido de la alegría pascual, que se funda en esta certeza: Aquel a quien la Virgen llevó en su seno, que padeció y murió por nosotros, ha resucitado verdaderamente. ¡Aleluya!
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