Regina coeli del domingo 22 de mayo de 1988

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

REGINA CAELIDomingo 22 de mayo de 1988

1. La solemnidad de Pentecostés que hoy celebramos reviste un significado especial porque nos trae a la memoria la apertura del Año Mariano.

Esta coincidencia nos quiere recordar que la venida del Espíritu Santo al mundo está estrechamente unida a la presencia de María entre nosotros. El Espíritu Santo nos da a María, y María nos lleva al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo y la Virgen están en el origen de la Iglesia.

María ha dado a la Iglesia su mismo Fundador: Nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu da a la Iglesia su misma vida y la fuerza de crecer y de extenderse hasta los confines de la tierra.

El Espíritu Santo y María, presentes en la Iglesia desde su nacimiento, invocan a lo largo de toda la historia con todos los discípulos del Señor Jesús, su vuelta en la gloria.

2. Como he dicho en la Encíclica Dominum et Vivificantem, "espiritualmente el acontecimiento de Pentecostés no pertenece sólo al pasado: la Iglesia está siempre en el Cenáculo que lleva en el corazón. La Iglesia persevera en la oración como los Apóstoles con María, Madre de Cristo" (n. 66).

La Iglesia puede vivir un perenne Pentecostés en el Espíritu Santo y en unión con la plegaria de María. Uniéndose a la plegaria del Espíritu Santo y de María es como la Iglesia encuentra la fuerza, a lo largo de los siglos, para permanecer fiel a la misión que le confió Jesús el Señor, para tener siempre nuevos hijos, para realizar siempre nuevas iniciativas de caridad y de santidad, para vencer definitivamente el poder del mal.

Todo el secreto de nuestro camino de santificación, de nuestro vivir en comunión con Cristo y con la Iglesia, está en sabernos unir a estos "gemidos inenarrables" del Espíritu ―como dice San Pablo (Rom 8, 26)―, en esa misteriosa "intercesión" del Espíritu, el único que conoce a fondo la voluntad de Dios y su plan de salvación para nosotros. Con el fin de realizar ese plan, hemos de hacer nuestros los "deseos del Espíritu" (v. 27). Sólo así podremos orar en el nombre de Cristo y obtener la misericordia del Padre.

3. Y María, a su vez, nos ayuda a discernir la voz del Espíritu, a abrirnos a su soplo vital y fecundante, a disponernos con humildad y confianza, para escuchar y hacer nuestro lo que el Espíritu nos va a decir por sí mismo o por medio de la Iglesia.

María nos enseña a estar abiertos a todos los canales de la verdad, venga de donde y por donde venga hasta nosotros. "Cualquier verdad, diga quien la diga ―observa Santo Tomás― viene del Espíritu Santo" (Comm al Ev. de Jn 1. 4b, lect. III, n. 103). El soplo de Pentecostés es el soplo de la Verdad que conquista el mundo, que conquista las conciencias y los corazones de los hombres. Y María está en el centro de este acontecimiento, de este camino de salvación.

¡Pidámosle una vez más que nos haga disponibles a la voz del Espíritu!

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