Ángelus del 10 de diciembre de 2006

Autor: Benedicto XVI

 

BENEDICTO XVI

ÁNGELUS
II Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2006

Queridos hermanos y hermanas: 

Esta mañana tuve la alegría de dedicar una nueva iglesia parroquial, consagrada a María, Estrella de la Evangelización, en el barrio Torrino norte de Roma. Es un acontecimiento que, aunque de por sí atañe a ese barrio, cobra un significado simbólico dentro del tiempo litúrgico del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad del Señor.

Durante estos días la liturgia nos recuerda constantemente que "Dios viene" a visitar a su pueblo, para habitar en medio de los hombres y formar con ellos una comunión de amor y de vida, es decir, una familia. El evangelio de san Juan expresa así el misterio de la Encarnación:  "El  Verbo  se hizo carne, y puso  su  morada  entre  nosotros"; literalmente:  "acampó entre nosotros" (Jn 1, 14). La construcción de una iglesia entre las casas de un pueblo o de un barrio de una ciudad evoca este gran don y misterio.

La iglesia-edificio es signo concreto de la Iglesia-comunidad, formada por las "piedras vivas" que son los creyentes, imagen que solían usar los Apóstoles. San Pedro (cf. 1 P 2, 4-5) y san Pablo (cf. Ef 2, 20-22) ponen de relieve que la "piedra angular" de este templo espiritual es Cristo y que, unidos a él y bien compactos, también nosotros estamos llamados a participar en la edificación de este templo vivo. Por tanto, aunque Dios es quien toma la iniciativa de venir a habitar en medio de los hombres, y él mismo es el artífice principal de este proyecto, también es verdad que no quiere realizarlo sin nuestra colaboración activa.

Así pues, prepararse para la Navidad significa comprometerse a construir la "morada de Dios con los hombres". Nadie queda excluido; cada uno puede y debe contribuir a hacer que esta casa de la comunión sea más grande y hermosa. Al final de los tiempos, quedará acabada y será la "Jerusalén celestial":  "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva —se lee en el libro del Apocalipsis— (...). Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. (...) Esta es la morada de Dios con los hombres" (Ap 21, 1-3).

El Adviento nos invita a dirigir la mirada a la "Jerusalén celestial", que es el fin último de nuestra peregrinación terrena. Al mismo tiempo, nos exhorta a comprometernos, mediante la oración, la conversión y las buenas obras, a acoger a Jesús en nuestra vida, para construir junto con él este edificio espiritual, del que cada uno de nosotros —nuestras familias y nuestras comunidades— es piedra preciosa.

Ciertamente, entre todas las piedras que forman la Jerusalén celestial María santísima es la más espléndida y preciosa, porque es la más cercana a Cristo, piedra angular. Pidamos por su intercesión que este Adviento sea para toda la Iglesia un tiempo de edificación espiritual y así se apresure la venida del reino de Dios.

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Después del Ángelus

Llamamiento en favor del Líbano y de Oriente Próximo

Sigo con gran preocupación cuanto está sucediendo en Oriente Próximo, donde signos esperanzadores de solución de las crisis que afligen a la región se alternan con tensiones y dificultades que hacen temer nuevas violencias.

Una mención especial merece el Líbano, en cuyo suelo, hoy como ayer, están llamados a "convivir hombres de diferentes culturas y religiones, para construir una nación de "diálogo y convivencia" y colaborar al bien común" (exhortación apostólica postsinodal Una nueva esperanza para el Líbano, n. 119). Por eso, ante los recientes acontecimientos, comparto la gran preocupación expresada por el Patriarca, Su Beatitud el señor cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y por los obispos maronitas en el comunicado que hicieron público el miércoles pasado.

Juntamente con ellos pido a los libaneses y a sus responsables políticos que busquen exclusivamente el bien del país y la armonía entre sus comunidades, inspirando su compromiso en la unidad, que es responsabilidad de todos y cada uno y requiere esfuerzos pacientes y perseverantes, además de un diálogo confiado y permanente (cf. ib., n. 120).

Expreso también mi deseo de que la comunidad internacional ayude a encontrar las urgentes soluciones pacíficas y justas necesarias para el Líbano y para todo Oriente Próximo, a la vez que invito a todos a la oración en este grave momento.

(En castellano) 

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos, que la figura de Juan el Bautista, el precursor del Mesías, nos ayude en este tiempo de Adviento a intensificar nuestra preparación para la venida del Salvador, mediante un mejor sentido de la austeridad en nuestra vida, la oración incesante y la práctica generosa de la caridad con nuestros hermanos. ¡Feliz domingo!

 

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