Ángelus del 29 de junio de 1998
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Lunes 29 de junio de 1998
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Celebramos hoy a los santos apóstoles Pedro y Pablo: es fiesta en toda la Iglesia, es fiesta grande especialmente en Roma, que los venera como sus patronos. La Providencia quiso que tanto el ministerio pastoral de Pedro como la actividad misionera de Pablo culminaran en la ciudad de Roma, recibiendo ambos, precisamente aquí, la corona del martirio. El hecho de que ella haya sido marcada con la sangre de los dos grandes Apóstoles, constituye el fundamento, al mismo tiempo espiritual e histórico, del papel singular de la comunidad de Roma y de su Obispo en la Iglesia universal.
Si Jerusalén representa, por una parte, los orígenes del cristianismo, y por otra la ciudad celestial, y como tal conserva un valor perenne de evocación de las fuentes de la fe y de la meta ultraterrena, Roma es más bien depositaria de una tarea central en la misión de la Iglesia a lo largo de los siglos. Se trata de una tarea que consiste en garantizar y promover la comunión doctrinal y pastoral, y en sostener la evangelización hasta los confines de la tierra.
Ojalá que el gran jubileo del año 2000 refuerce en toda la Iglesia el compromiso misionero y la tensión hacia la unidad plena entre los cristianos pertenecientes a diversas confesiones.
2. A este propósito, dirijo un saludo cordial al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, y le doy las gracias por haber enviado a Roma, con ocasión de esta solemnidad, una prestigiosa delegación. La presencia de los representantes de la Iglesia ortodoxa es muy grata y significativa en este día, y me alegrará devolver este gesto, según la feliz costumbre, en la próxima fiesta de san Andrés, hermano de Simón Pedro y patrono de Constantinopla.
Renuevo, además, mi saludo a los amadísimos arzobispos metropolitanos, a quienes, en la basílica vaticana, acabo de entregarles el palio, signo de comunión con la sede de Pedro.
3. Deseo, también, formular un afectuoso y paterno voto de paz y bien para la diócesis de Roma. Amadísimos romanos, y todos vosotros que vivís en la ciudad de Pedro y Pablo, os bendigo en nombre de los santos patronos, y os exhorto: conservad siempre viva la memoria de las raíces cristianas de esta ciudad y sed conscientes de la misión espiritual que se le confió. La misión ciudadana, que está en pleno desarrollo, pide la contribución de todos los creyentes para que la Roma del año 2000 sea fiel a los valores del Evangelio y sepa traducirlos en comportamientos concretos. Sólo así se pueden afrontar a la vez los problemas y las dificultades que la vida de una gran ciudad presenta diariamente.
Encomendemos estos compromisos a María santísima, Reina de los Apóstoles y Salvación del pueblo romano.
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Llamamiento al final de la plegaria mariana del Ángelus
Mientras se intensifican los esfuerzos para poner fin al conflicto en Guinea Bissau, dirijo nuevamente mi ferviente aliento a todas las iniciativas que se basan en el diálogo, rechazando el recurso a los enfrentamientos armados.
Con aprecio y afecto sigo día tras día la infatigable obra del obispo monseñor Settimio Ferrazzetta y la fiel y generosa solidaridad del personal religioso.
Deseo que las partes interesadas no escatimen ningún esfuerzo para asegurar la asistencia indispensable a multitudes de desplazados, permitiendo en particular el acceso a través de las fronteras a los convoyes humanitarios.
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