Ángelus del 30 de agosto de 1998

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 30 de agosto de 1998

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Durante estas horas, muchísimas personas están volviendo de las vacaciones, para reanudar su vida ordinaria. A cuantos están en camino les deseo un viaje sereno, realizado con la prudencia que es siempre necesaria y que, en los días de tráfico intenso, resulta indispensable.

Trato de imaginar lo que siente quien regresa de un período de descanso, tal vez por largo tiempo anhelado y ahora ya concluido. Quizá se agolpen sensaciones contrastantes: alegría y nostalgia, recuerdos hermosos y tristes, tal vez incluso un poco de desilusión. De nuevo hay que afrontar directamente las preocupaciones habituales y las dificultades de siempre. En una palabra, se vuelve a la realidad diaria, concreta, con sus problemas y sus afanes.

Todo esto podría incluso deprimir. Pero existe un antídoto contra la depresión. ¿Cuál? Tener en el corazón un gran ideal, valores auténticos, que permitan dar un sentido a la propia vida.

2. Esta es la condición del verdadero cristiano. Puede cultivar un optimismo confiado, porque tiene la certeza de no caminar solo. Al enviarnos a Jesús, el Hijo eterno hecho hombre, Dios se ha acercado a cada uno de nosotros. En Cristo se ha convertido en nuestro compañero de viaje. Aunque el tiempo avance inexorablemente, quebrantando a menudo también nuestros sueños, Cristo, Señor del tiempo, nos da la posibilidad de una vida siempre nueva.

En el vocabulario periodístico, el gran flujo de personas que se desplazan para ir de vacaciones y para volver a sus hogares, se denomina a menudo «éxodo» y «contra-éxodo». Son expresiones que tienen un lejano «sabor bíblico». Como es sabido, el Éxodo es el gran acontecimiento de liberación del pueblo elegido de la esclavitud de Egipto, mientras que, desde la perspectiva cristiana, evoca el misterio pascual y el camino que el hombre está llamado a realizar, siguiendo a Jesús, que nos libera del pecado y nos abre a la comunión con Dios y con nuestros hermanos.

Toda la vida cristiana es un «éxodo», o sea, un camino de acercamiento progresivo a la casa del Padre. Amadísimos hermanos y hermanas, vivamos este «éxodo» espiritual y no permitamos que las cosas materiales nos agobien hasta el punto de constituir el único horizonte de nuestra vida. Volvamos a descubrir la alegría de elevar la mirada al cielo, para dar a todo una dimensión más interior, más profunda y más rica en esperanza.

3. Que la Virgen santísima nos ponga en el corazón el sentido de la vida como un viaje que hemos de realizar en compañía de Dios, precisamente como lo fue para ella.

En efecto, el evangelio nos la presenta varias veces en camino, tanto antes como después del nacimiento de Jesús, hasta el último viaje, que la llevó al pie de la cruz. Ella se nos manifiesta así como «peregrina» por los caminos trazados por el designio divino. Invoquémosla como «Santa María del camino», siguiendo sus huellas y sintiéndonos acompañados por su amor materno.

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