Ángelus del domingo 1 de noviembre de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de noviembre de 1981
Solemnidad de Todos los Santos

1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida: Credo in Spiritum Sanctum, Dominum et vivificantem".

Las palabras de la profesión de fe que repetimos en la Santa Misa nos recuerdan el Concilio Constantinopolitano I que se celebró el año 381, cuyo aniversario se celebra este año, después de 16 siglos. La solemne jornada de acción de gracias por la obra de este Concilio tuvo lugar en la fiesta de Pentecostés de este año, tanto en Constantinopla como en Roma.

En la festividad de hoy, las palabras de la profesión que debemos a este Concilio proyectan una luz particular sobre el misterio de Todos los Santos. Efectivamente, ¿quiénes son aquellos a quienes la Iglesia dedica la solemnidad de hoy, sino el fruto de la obra santificante del Espíritu de verdad y de amor, que es el Espíritu Santo? ¿Qué es la santidad de tantos hermanos y hermanas -conocidos por su nombre, o no- a los que honramos particularmente este día, sino la madura plenitud de esa vida que precisamente Él, el Espíritu Santo, injerta en el alma del hombre?

¡Él "que es Señor y Dador de vida"!

2. "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro Corazón, que no jura contra el prójimo en falso... Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios: de salvación" (Sal 23 [24], 3-5).

La liturgia de esta solemnidad nos infunde un gran jubilo y una alegre esperanza cuando, mediante las palabras del Apocalipsis, observamos con los ojos del alma esa "muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9).

"Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob" (Sal 23 [24], 6).

Y todos los santos, a los que hoy honramos, son portadores del don misterioso del Espíritu Santo, al cual han testimoniado fidelidad heroica. Así, la celeste "Communio" de todos, como es fruto de la vida terrena, de igual manera es fruto del mismo don del Espíritu Santo: "Communio Sanctorum: la comunión de los Santos".

3. Teniendo ante nuestra mirada espiritual esta espléndida imagen que la liturgia de la Iglesia nos ofrece el 1 de noviembre, tratemos ahora, en la oración del "Ángelus" de manifestar al Espíritu Santo una ferviente gratitud por Todos los Santos, esto es, por todos los frutos de la santidad que han nacido en el curso de la historia de la salvación bajo el influjo de su gracia.

Agradezcamos especialmente ese particularísimo fruto de santidad, nacido y madurado por la presencia del Espíritu Santo, la Virgen de Nazaret, llena de gracia, Santísima, Theotokos, Madre de Dios.

4. La solemnidad de Todos los Santos nos introduce también en la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, de aquellos que descansan en Cristo y se confíen a su clemencia y a nuestras oraciones.

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