Ángelus del domingo 14 de diciembre de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 14 de diciembre de 1980

1. El agricultor, escribe Santiago, "aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca" (Sant 5, 7-8).

En el período de Adviento es necesario orar mucho por las vocaciones. Deseo, pues, que nuestra oración del Ángelus de hoy sea de recuerdo para este importante problema de toda la Iglesia.

¿Qué es la vocación? Es una llamada interior de la gracia, que cae en el alma como una semilla para madurar en ella. El Señor llama a todos los cristianos a la santidad, a imitarle a la vida según el Evangelio. Sin embargo, para el bien común de la Iglesia, para el servicio del Pueblo de Dios para dar testimonio de su Reino, llama a algunas personas al sacerdocio ministerial o a una particular consagración religiosa en el espíritu de los consejos evangélicos, esto es, en la vida religiosa.

Toda vocación semejante es un don particular para el que es llamado y también para toda la comunidad de la Iglesia.

Cuando oramos por las vocaciones, pedimos no sólo esa semilla que únicamente el Espíritu Santo puede derramar en el alma de un joven, sino pedimos también todo lo que es indispensable para el desarrollo de esta misma semilla. El agricultor, del que se habla en la liturgia de hoy, no sólo espera la lluvia para su tierra, sino que hace además todo lo que es indispensable para el cultivo de la semilla sembrada. Para la obra de las vocaciones es necesaria la paciencia, pero también un perseverante y consiguiente trabajo interior. Son necesarios los seminarios eclesiásticos con un programa adecuado en el ámbito de la educación y del estudio. Es necesario un clima espiritual, que proviene de diversas fuentes: de la convicción sobre la importancia de la vocación, de una literatura apropiada y de publicaciones oportunas, del compromiso de las familias y, finalmente, del influjo de los mismos Pastores de almas, los cuales con el tenor de su vida y de su conducta encarnan el ideal que se ha de seguir.

Las vocaciones no pueden nacer donde falta todo esto, donde se ponen obstáculos a todo esto, donde no se emprenden honestos y fundamentales esfuerzos en este sentido para preparar la venida del Señor a las almas, a las que Él quiere llamar a su servicio indiviso.

2. Deseo proponeros también una segunda intención para nuestra oración de hoy, intención a la que he aludido hace tres domingos. Me refiero a la obra de mediación que -hace cerca de dos años- me pidieron Argentina y Chile en su controversia sobre la zona austral.

Anteayer recibí conjuntamente a las Delegaciones enviadas por las dos naciones, presididas por los respectivos Ministros de Relaciones Exteriores, a las que había invitado para esta ocasión.

Deseaba entregarles personalmente la propuesta -acompañada de los convenientes consejos y sugerencias- que después de profunda reflexión y después de haber pedido en la oración la necesaria ayuda del Señor, he juzgado más idónea para encauzar la compleja controversia hacia una solución justa, equitativa, honrosa para los dos países, y que sea también completa y definitiva.

Esta propuesta quiere ser una semilla de paz y de concordia que se echa en el gran campo del mundo, ya excesivamente agitado por tensiones y discordias que turban las relaciones entre los hombres y las naciones.

Pienso que todos los que me escucháis querréis uniros conmigo a la oración de nuestros queridos hermanos argentinos y chilenos, para los cuales este tiempo de Adviento se convierte con mayor razón en tiempo de esperanza, aguardando que la semilla de paz madure convenientemente durante las cercanas fiestas navideñas. Que la oración de todos a la Reina de la Paz ayude la tarea de las autoridades de los dos países a las cuales compete examinar mi propuesta, a fin de que sus respuestas puedan abrir un camino fácil para la pronta y feliz conclusión de la controversia. Con su gesto de paz, ambos países darán así un ejemplo de comprensión y de concordia, que será acogido con aprecio también por los otros pueblos.

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