Ángelus del domingo 14 de octubre de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 14 de octubre de 1979

1. En nuestra oración dominical de mediodía, el Angelus, queremos insertar la nueva alegría de la Iglesia, que proviene de la beatificación de hoy. Una vez más la Esposa de Cristo fructifica con la santidad de un hijo de la tierra española.

El Beato Enrique Ossó y Cervelló ha sido en el siglo pasado, testigo del Hijo de Dios ante sus compatriotas.

Sus hijas espirituales han difundido la obra de su maestro incluso fuera de las fronteras de España. Lo mismo en el corazón del Beato, como también en el corazón de sus hijas, se ha hecho sentir con nuevo eco la gran espiritualidad de santa Teresa de Avila. Tiene su significado incluso el hecho de que el día de la beatificación coincida con la víspera de su fiesta. La espiritualidad teresiana es sobre todo una espiritualidad de profunda oración, que es la levadura indispensable de todo apostolado. Así era también la vida del nuevo Beato. La oración se convirtió en el alma de su sacerdocio y de su apostolado. De ella nacía su actividad pastoral, organizadora y de escritor. Era un gran amante de la juventud y de los niños, y este amor se expresaba sobre todo en el ministerio catequístico. Sea su elevación a los altares una añadidura más a todo los que expresó el último Sínodo de los Obispos, dedicado a la catequesis de los niños y de la juventud. La heroica preocupación por el alma de cada niño sea un acto de la viva solicitud pastoral de la Iglesia por la infancia y la juventud.

2. Así, pues, a partir de hoy se incluye un nombre nuevo en el rico álbum de los beatos y santos de la Iglesia. Y, dado que esto ocurre casi en vísperas del domingo misional, séanos permitido alegrarnos más, porque los santos señalan el sentido más profundo de la misión de la Iglesia. Ellos se convierten no sólo en los misioneros más fecundos de su tiempo y de su ambiente, tanto en la propia patria como más allá de sus fronteras, sino que sobre todo nos dan una respuesta viva a las preguntas: ¿Cuál es la misión de la Iglesia? y, ¿por qué la Iglesia es misionera?

Efectivamente, el tesoro del insólito amor y de la verdad, fruto del misterio de la redención, escondido en sus corazones, revela esta medida suprema de la humanidad, este admirable ennoblecimiento del espíritu humano, al que es necesario abrir un camino en medio de los hermanos y hermanas - compatriotas y extranjeros- en medio de todos la Iglesia es lo más misionera posible a través de sus santos.

Este principio se ha verificado en el curso de muchas generaciones, y se ha verificado también en nuestro tiempo. Que la figura del nuevo Beato ilumine el domingo misional de este año. En tiempos en que muchos renuncian a alcanzar la cumbre de la humanidad, brille de nuevo ante nuestros ojos alguien que ha subido allí colaborando con el Espíritu Santo, que Cristo da a todos sus discípulos.

3. Y nos sirva de ejemplo en la correspondencia a la obra del Espíritu Santo y en la conformación a Cristo la Virgen Santísima, que en estos días ha sido honrada de modo especial en la patria del nuevo Beato, en el santuario mariano del Pilar, donde se han reunido numerosos teólogos y fieles para los Congresos Internacionales Mariológico y Mariano.

En Zaragoza, como en tantos otros santuarios marianos, diseminados por varias partes del mundo como oasis de meditación y oración, encontraréis siempre a María que espera con su corazón de Madre abierto a vuestras confidencias, preocupaciones, esperanzas y alegrías.

Ella desea ofreceros "todas las cosas" - como escribe el evangelista San Lucas- que "conservaba todo en su corazón" (Lc 2, 51), y que - como sabéis- miran a Jesús, nuestro Salvador, a cuyo encuentro nos lleva la Virgen de la mano.

Deseando que los dos Congresos celebrados en Zaragoza den abundantes frutos, os exhorto a poner en práctica en vuestra vida las palabras de María: "Haced lo que Él os diga"

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