Ángelus del domingo 16 de noviembre de 1986

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de noviembre de 1986

"A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia" (Mal 3, 20).

1. Con estas palabras del Profeta Malaquías la Iglesia nos exhorta, en la liturgia de hoy, a buscar incesantemente el rostro de Dios y a honrar su nombre, puesto que sólo a los verdaderos adoradores en espíritu y verdad, se revelará el Señor, el último día, como sol radiante de salvación.

¡Buscar a Dios! Esta es la reiterada invitación de la Biblia: "Buscad a Yavé y fortaleceos. Buscad siempre su rostro" (1 Par 16, 11). Para responder más plenamente a esta invitación, innumerables hombres y mujeres, a lo largo de la historia, han realizado una decisión radical: han dejado el mundo y se han retirado, para ser más libres de dedicarse sin trabas a esta apasionada búsqueda. Dios ha pasado a ser la única razón de su vida.

Aunque no con la misma radicalidad, cada cristiano está llamado a dar a su existencia esta orientación de fondo. En efecto, Dios interesa a cada uno de cerca, interesa a nuestra conciencia y a nuestro destino. Buscarlo es, sin embargo, un esfuerzo gratificante porque Él se deja encontrar tanto por los caminos del conocimiento natural, como sobre todo por los de la fe y la gracia.

El camino privilegiado para ese descubrimiento es ciertamente el de la oración. Envueltos como estamos en la oscuridad de la fe, la oración es el sendero que nos conduce a la luz, a la plena revelación del "Dios escondido" (Is 45, 15). La voz del Salmista a este propósito se expresa con tonos sugestivos: "Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti" (Sal 62, 2).

2. Hoy, a pesar de algunos fenómenos de indiferencia religiosa, el hombre siente más que nunca la preocupación de Dios, que constituyó ya la inquietud de Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, 1, 1).

El hombre de hoy, quizá por las muchas y a veces frustrantes experiencias vividas, siente que ha de expresar en esta búsqueda orante de Dios la insatisfacción que advierte dentro de sí. Y quien se empeña en ello experimenta con sorpresa que, de alguna manera, ha conseguido ya la meta, porque Dios está ya presente en el que lo busca, según las célebres palabras de Pascal: "No me buscarías si no me poseyeras".

Que la plegaria mariana de este domingo no sea propicia para una verdadera ascensión espiritual que haga de nosotros verdaderos servidores del nombre de Dios.

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