Ángelus del domingo 18 de agosto de 1985

Autor: Juan Pablo II

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de agosto de 1985
Nairobi, Kenya

Al finalizar esta Misa, os invito a recitar conmigo la tan conocida plegaria mariana que denominamos "Ángelus". Nuestra comunión en la oración con la Madre de Dios no sólo abarca a quienes están congregados aquí en Nairobi, sino que alcanza al mundo entero. Junto con la Madre de nuestro Salvador elevamos nuestras mentes y nuestros corazones hacia Dios en un acto de alabanza y de acción de gracias y en actitud de contemplación amorosa del misterio de la divina Providencia.

Cuando María aceptó ser la Madre de Dios, cuando dijo: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), la Palabra se hizo carne, la Palabra eterna y divina de Dios se hizo hombre en su seno. Y la historia de la humanidad cambió completamente. El mundo no podía volver a ser el mismo Dios vivía ahora en carne humana Jesús se hizo hermano nuestro, un hombre como nosotros en todo menos en el pecado.

El misterio de la Encarnación, el misterio de Dios que se hace hombre, nos ayuda a entender el misterio de la Eucaristía. Pues lo que comenzó en la aldea de Nazaret, gracias a la generosidad de la Santísima Virgen María, no finalizó con la muerte y la resurrección de Cristo. No, Cristo continúa presente en el mundo a través de la Iglesia y especialmente a través de la sagrada liturgia. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Misa, es Cristo mismo el que habla a su pueblo. San Pablo nos dice además: "La copa que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo; y el pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo" (1Cor 10, 16).

Así, pues, si deseamos estar unidos a Cristo, tenemos que acercarnos al altar del sacrificio; tenemos que amar a Cristo en la Eucaristía con fervor y reverencia. La Eucaristía es el fundamento de todas las virtudes: es el alimento espiritual para la vida cotidiana Es la fuente principal de vida y de amor para la familia cristiana. Nos hace pregustar la alegría eterna de la que participaremos un día cuando entremos por fin en el reino de los cielos.

¡Qué maravilloso es el misterio de Dios habitando en medio de nosotros! ¡El misterio de la Encarnación, el misterio de la Eucaristía! El misterio de Cristo en medio de nosotros nos dispone para glorificar el nombre de Dios. Con gozo nos unimos a la Virgen María en su himno de alabanza: "Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Lc 1, 46-47). Tanto con María y con todos los ángeles y santos, damos gracias a Dios por la Sagrada Eucaristía.

Y ahora, oremos juntos repitiendo las palabras del "Ángelus".

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