Ángelus del domingo 18 de septiembre de 1983

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de septiembre de 1983

1. "Consoladora de los afligidos": ésta es otra dimensión de la presencia materna de María en la Iglesia y en el mundo.

La consolación, según las enseñanzas del Antiguo Testamento, tiene su origen en Dios, que la efunde sobre todas las creaturas.

Cuando el Señor conduzca de nuevo a los desterrados a Palestina, hará de Jerusalén el santuario de su consolación. En el seno de la Ciudad Santa serán reunidos todos los pueblos, y cada uno podrá experimentar la ternura de Dios.

A este propósito el mensaje divino, expresado por el profeta Isaías, toma poéticamente imágenes femeninas. Jerusalén es comparada con una madre que amamanta a sus niños y los rodea de cuidados amorosos: "Para mamar hasta saciaros del pecho de sus consolaciones, para mamar en delicia de los pechos de su gloria... Y sus niños de pecho serán llevados a la cadera y acariciados sobre las rodillas" (Is 66, 11 y 12).

Pasando luego a su aplicación, este lenguaje simbólico es glosado con los siguientes términos: "Como cuando a uno le consuela su madre, así yo os consolaré a vosotros, y en Jerusalén seréis consolados" (Is 66, 13).

Y el Mesías, para el pueblo elegido que lo esperaba, debía ser "la consolación de Israel" (Lc 2, 25...).

2. Con la obra redentora de Cristo nace una nueva Jerusalén, es decir, la Iglesia. En esta familia el amor de Dios, que se ha hecho palpable en el corazón de Cristo, consuela ―como acariciándolo sobre las rodillas― a todo hombre que viene a este mundo.

Y hablando de la Iglesia, esto se refiere de modo particular a la Santísima Virgen, que es Madre de la Iglesia (Jn 19, 25-27) y modelo perfecto de los discípulos del Señor (Sacrosanctum Concilium, 103; Pablo VI, Marialis cultus, 37). Con la misma sobreabundante caridad con que Ella se tomó cuidado de los hermanos de su Hijo, Dios, "rico en misericordia" (Ef. 2, 4), proyecta sobre nosotros, por así decir, los rayos maternos de su consolación.

Como he escrito en la Encíclica Dives in misericordia: "Precisamente, en este amor 'misericordioso', manifestado ante todo en contacto con el mal moral y físico, participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado... En ella y por Ella, tal amor no cesa de revelarse en la historia de la Iglesia y de la humanidad" (n. 9) (AAS 72, 1980, pág. 1209, L'Osservatore Romano Edición en lengua española, 7 diciembre 1980 pág. 8).

3. Hermanos y hermanas: vosotros lo intuís ya. Para venerar dignamente a la Santa Virgen como "Madre de consolación", debemos presentarnos nosotros mismos al mundo como signos transparentes de la consolación de Dios (cf. 2Cor 1, 3-7). Todos debemos ser conscientes de que en nuestras comunidades cristianas la dignidad humana se deba promover, proteger y redimir cuando haya sido degradada. Según el Apóstol, nuestro compromiso debe ser el de alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran (Rom. 12, 15).

Para esta tarea sea también María el modelo que nos inspira: Ella, que estuvo presente tanto en la alegría de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1), como en la tragedia del Calvario (cf. Jn 19, 25).

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