Ángelus del domingo 19 de julio de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 19 de julio de 1981

¡Alabado sea Jesucristo!

1. De nuevo nuestro pensamiento va hoy a Lourdes, a la ciudad de María, donde se está celebrando el XLII Congreso Eucarístico Internacional. A Lourdes va nuestro corazón para unirse al de tantos hermanos y hermanas que, junto con sus Pastores, han confluido de todas las partes del mundo junto a la gruta de Massabielle.

"Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo": éste es el tema en torno al cual se tributará un homenaje de fe y de amor al Hijo de la Virgen María, quien, bajo los velos del Sacramento, ha querido permanecer junto a nosotros en la realidad de su carne y de su sangre.

2. "Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20). Esta promesa que, paradójicamente, Jesús hizo a sus discípulos en el mismo momento en que los estaba dejando, se realiza de manera particular en el sacramento de la Eucaristía. Bajo los signos sensibles del pan y del vino, Jesús se hace presente en un lugar y en un tiempo determinado consintiendo a todo ser humano cualquiera que sea el sitio en que se halle y la época histórica a la que pertenezca, establecer contacto personal con él. En la Eucaristía, la lógica de la Encarnación alcanza sus extremas consecuencias. En ella encuentra su coronación aquel camino hacia el hombre, que impulsó a Jesús a despojarse de los privilegios de la divinidad, para asumir la condición de siervo (cf. Flp 2, 6-7) y ponerse junto a cada uno de nosotros como hermano; para hacerse por último comida y bebida de nuestra alma en su camino espiritual.

3. Jesús ha querido permanecer junto a nosotros, no sólo para consolarnos en las pruebas diarias y ayudarnos a aceptar la vida con su carga de dificultades, de injusticias y de abusos. Él está junto a nosotros para sostenernos en la lucha contra todas las manifestaciones del mal en este mundo y para estimular nuestro compromiso de hacer avanzar la historia hacia metas más dignas del hombre.

4. El cristiano no puede, ciertamente, ilusionarse con encontrar en la Eucaristía sugerencias al alcance de la mano acerca de la actividad que debe realizar en los diversos campos de su vida personal, familiar, social o comunitaria, económica o política. Pero la participación en la "Mesa del Señor" toca siempre muy de cerca su conciencia del bien y del mal, y lo pone frente a las propias responsabilidades en lo que se refiere a las personas cercanas o lejanas, así como al mundo circundante. Por ello, la comunión en el "Pan partido" compromete a cada uno a ofrecer su propia contribución en orden a construir un "mundo nuevo".

5. ¿Que aportación? Aquella que las circunstancias requieran en cada momento y que los dones de los que la Providencia nos ha enriquecido, hacen posible. En la perspectiva cristiana vemos con igual claridad los diversos bienes, los dones de actuar y de trabajar, y no menos los de sufrir y soportar. Trabajar con Cristo y sufrir con Cristo pertenecen de la misma forma a aquella insistente invitación que se dirigió a todos al principio de la misión evangélica de Cristo; invitación que muchos siglos después Bernardita recibió de los labios de la Virgen a la vera del Gave: la invitación a "hacer penitencia".

Es una invitación evangélica y, al mismo tiempo, eucarística. "Partir el pan" con Cristo significa construir día tras día una vida plenamente humana y cristiana -vida de fe, de esperanza y de amor-, vida ciertamente no desprovista de dificultades y de cruces, pero llena de sentido, de ese sentido: llena de alegría.

6. A todos los participantes en el Congreso Eucarístico de Lourdes, a todos los reunidos en torno a la gruta de Massabielle, no cesamos de desearles un profundo descubrimiento de esa vida y de esa alegría en el Espíritu Santo, que es fruto de su "partir el pan" con Cristo-Eucaristía.

Y con esta intención recemos ahora con fervor recitando el Angelus.

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