Ángelus del domingo 20 de julio de 1986

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de julio de 1986

1. Corazón de Jesús, deseo de eternos collados...

A lo largo de estos domingos, cuando nos congregamos para la plegaria del mediodía, rezamos las letanías del Sagrado Corazón en unión particular con la Madre de Jesús.

El Ángelus dominical es, en efecto nuestra cita de oración con María. Junto con Ella recordamos la Anunciación, que fue ciertamente un acontecimiento decisivo en su vida.

Y he aquí que, en el centro de este acontecimiento, descubrimos el Corazón. Se trata del amor del Hijo de Dios, que desde el momento de la Encarnación comienza a desarrollarse bajo el Corazón de la Madre junto con el Corazón humano de su Hijo.

2. ¿Es este Corazón "deseo" del mundo?

Mirando el mundo tal como visiblemente nos rodea, debemos constatar con San Juan que está sometido a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida (cf. 1Jn 2, 16).

Y este "mundo" parece estar lejos del deseo del Corazón de Jesús. No comparte sus deseos. Permanece extraño y, a veces, incluso hostil respecto a Él.

Este es el "mundo", del que el Concilio dice que está "esclavizado bajo la servidumbre del pecado" (Gaudium et spes, 2). Y lo dice de acuerdo con toda la Revelación, con la Sagrada Escritura y con la Tradición (e incluso, digamos también, con nuestra experiencia humana).

3. Sin embargo, contemporáneamente, el mismo "mundo" ha sido llamado a la existencia por amor del Creador, y este amor le mantiene constantemente en la existencia. Se trata del mundo como el conjunto de las creaturas visibles e invisibles, y en particular "la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive" (Gaudium et spes, 2).

Es el mundo que, precisamente a causa de la "servidumbre del pecado", ha sido sometido a la caducidad ―como enseña San Pablo― y, por ello, gime y siente dolores de parto, esperando con impaciencia la manifestación de los hijos de Dios porque sólo por este camino se puede liberar realmente de la esclavitud de la corrupción, para participar de la libertad y de la gloria de los hijos de Dios (cf. Rom 8, 19-22).

4. Este mundo ―a pesar del pecado y la triple concupiscencia― está orientado al amor, que llena el Corazón humano del Hijo de María.

Y por ello, uniéndonos a Ella, pedimos: Corazón de Jesús, deseo de los eternos collados, lleva a los corazones humanos, acerca a nuestro tiempo esa liberación que está en el Evangelio, en tu cruz y resurrección: ¡Que está en tu Corazón!

© Copyright 1986 - Libreria Editrice Vaticana