Ángelus del domingo 21 de febrero de 1982

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSDomingo 21 de febrero de 1982

1. En esta oración del Ángelus, que rezo con vosotros, queridos hermanos y hermanas reunidos aquí en Castelgandolfo o presentes en la Plaza de San Pedro, y sintonizados con nosotros por medio de la radio y la televisión, deseo ante todo dar gracias a Dios por su gracia y por su bendición que me ha mostrado a lo largo del recorrido durante la reciente visita al continente africano.

Nigeria, Benín, Gabón, Guinea Ecuatorial: he aquí las etapas de mi viaje, que son también, en consecuencia, las etapas de mi servicio de Obispo de Roma en relación con cada una de las Iglesias y sociedades.

En una próxima ocasión tratare de dedicar un poco más de tiempo y atención tanto al conjunto como a los diversos momentos de esta visita.

Hoy, mientras doy gracias a la Divina Providencia, deseo, al mismo tiempo, darlas gracias a los hermanos en el Episcopado, y a las autoridades de cada uno de los países, cuya hospitalidad he podido disfrutar durante estos días. Deseo dar las gracias igualmente de manera más cordial a todos los que, de cualquier forma, han participado en los preparativos y en la organización de esta visita histórica.

2. En este momento me dirijo también con la mente y el corazón a la antiquísima y benemérita Iglesia de la vecina Península Ibérica. Las visitas "ad Limina Apostolorum" de los obispos españoles estaban programadas para el año pasado, tal como está establecido canónicamente. Sin embargo, el retraso motivado por el acontecimiento del 13 de mayo ha hecho que una parte notable de estas visitas sólo haya podido realizarse en las primeras semanas del presente año.

Hasta ahora he podido encontrarme con los obispos de las provinciaseclesiásticas de Santiago, Sevilla y Granada, Zaragoza, Oviedo y Valladolid, Tarragona y con los arzobispos de Madrid y Barcelona.

En los próximos días espero aún a los representantes de este numeroso Episcopado, esto es, a los obispos de las provincias eclesiásticas de Toledo, Burgos y Pamplona y de Valencia.

Al agradecer ya hoy estas visitas, deseo poner de relieve el vínculo particular que la Iglesia de Roma y su Obispo han sentido siempre y sienten continuamente en relación con la Iglesia de la gran nación española. Efectivamente, los orígenes de la Iglesia en España, igual que en Roma, se remontan a los tiempos apostólicos. Y el cristianismo español ha dado al tesoro común de la Iglesia universal una particular aportación de fe y de doctrina, de amor y de sacrificio hasta el derramamiento de la sangre por Cristo en el martirio, aportación de esperanza y de gran celo misionero.

En efecto, a esta Iglesia precisamente debemos tantos grandes Santos, comenzando por el Papa San Dámaso y por los Santos Isidoro y Leandro, hasta llegar a Domingo de Guzmán y San Juan de Ávila, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, por recordar solamente los nombres más universalmente conocidos.

El Obispo de Roma da el ósculo de la paz a sus hermanos obispos de la Iglesia en la España actual y saluda a todo el Pueblo de Dios en el año caracterizado por el IV centenario de la muerte de la Gran Santa Teresa de Jesús.

En esta ocasión expreso la con fianza ―con el favor de la Providencia― de que participaré personalmente en este centenario, yendo el próximo mes de octubre a España.

3. Después de la solemne conmemoración de la Cátedra de San Pedro en la liturgia de mañana, el próximo miércoles es el Miércoles de Ceniza, que nos lleva al comienzo de la Cuaresma.

Vayamos con corazón abierto al encuentro de este gran período, en el que deben revivir los misterios más profundos de nuestra fe y las ahí deben renovarse con la potencia que brota de la Santa Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. Desde el primer día de este Tiempo oremos recíprocamente unos por otros y, a la vez, por todos los hombres, con las palabras del Salmista: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 51, 12).

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