Ángelus del domingo 22 de julio de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Domingo 22 de domingo de 1979

1. Deseo saludar cordialmente a todos los aquí presentes en esta hora meridiana: habitantes de Castelgandolfo, forasteros y peregrinos, que quieren rezar conmigo el "Angelus Domini" y meditar con devoción el misterio de la Encarnación del Verbo Eterno.

Grande es la luz que este misterio difunde sobre la vida del hombre. Hay que pensar continuamente en ello, a fin de que la vida conserve para nosotros el valor que Dios le ha dado, creando al hombre a su propia imagen y semejanza y haciéndose Él mismo, seguidamente, hombre entre los hombres. Que la luz de esta verdad no deje de ser jamás la idea guía de toda nuestra existencia terrena.

2. Permitidme ahora que dirija mi pensamiento a los niños. A vuestros niños, a todos los niños, los que han venido esta mañana y los que se han quedado en sus casas; en fin, a todos los niños del mundo. Que cada niño esté presente aquí, ante los ojos de nuestro corazón, como aquel que una vez Jesús puso delante de sus discípulos, pronunciando estas memorables palabras: "Si... no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18, 3).

Cristo ha atribuido una enorme importancia al niño. Le ha hecho una especie de portavoz de la causa por Él proclamada ypor la que dio su propia vida. Le ha hecho el más sencillo representante de esa causa, casi como un profeta. El valor del niño en toda sociedad está en el hecho de que testimonia la inocencia ideada, por el Creador y Padre celestial, para el hombre. Perdida con el pecado, esa inocencia debe ser reconquistada por cada uno de nosotros con fatiga. En esa fatiga, en ese esfuerzo del entendimiento, de la voluntad y del corazón la imagen del niño es para el hombre inspiración y manantial de esperanza. Dios que, como Padre, nos llama a todos a su propia casa, nos ayudará a adquirir nuevamente la inocencia infantil.

3. El niño es manantial de esperanza. Habla a sus padres de la finalidad de sus vidas, representa el fruto del amor. Permite, además, pensar en el futuro. Los padres viven para sus hijos, trabajan y se esfuerzan por ellos. Y no solamente en la familia, sino también en toda sociedad el niño hace pensar en el futuro. En los niños ve la nación su propio mañana, como lo ve también la Iglesia.

Por eso, es un bien que el año actual sea en todo el mundo el año del niño. Al recordarlo, deseo abrazar con el pensamiento, además de vosotros, a todos los niños dondequiera que se hallen. Muchos de ellos, aprovechando las vacaciones, estarán ciertamente en lugares de veraneo (al menos en aquella parte del globo en que ahora es verano). Gozan de la fascinación de la naturaleza, gozan del agua, de los bosques, de los montes. El Padre celestial les permite que reposen bien. Que, según el modelo del Hijo de Dios puedan crecer "en sabiduría, y edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2, 52). Que no dejen de despertar en nosotros la esperanza humana y también esa esperanza del reino de Dios, que Cristo ha abierto a quien se hace como ellos (cf. Mt 18, 3). Que nos ayuden a recordar que el reino de Dios se halla en medio de nosotros (cf. Lc 17, 20).

Volveremos todavía a hablar de los niños y de los jóvenes en alguna otra ocasión.

4. Al rezar ahora el Angelus, no debe faltar tampoco un recuerdo para todos los hermanos y hermanas prófugos, en especial para los niños. Como sabéis, se ha concluido ayer en Ginebra la Conferencia Internacional sobre los prófugos Indochinos. Conocéis todos la tragedia que se está desarrollando en el lejano Sudeste asiático. La suerte de aquellos infelices interpela a la conciencia de todos y exige de cada uno hacer lo posible para proporcionarles ayuda.

Imitemos el ejemplo del buen samaritano, que socorrió a la persona encontrada al borde de la carretera (cf. Lc 10, 34).

Roguemos a la Santa Madre de Dios para que tome bajo la protección de su amor a aquellos hermanos nuestros que, en medio de peligros, muchas veces mortales, buscan una tierra que les acoja. Roguemos también para que las disponibilidades ofrecidas en Ginebra por varios países -con una emulación digna de alabanza- encuentren eficaz y rápida aplicación con la colaboración procedente de todas partes.

Realmente, no hay mejor respuesta al drama de los refugiados: la respuesta del amor.

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