Ángelus del domingo 22 de octubre de 1989

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 22 de octubre de 1989

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy, Jornada Mundial de las Misiones, se acaba de celebrar en la Basílica de San Pedro la beatificación de algunos mártires de Tailandia, de Timoteo Giaccardo y de Sor María de Jesús: una coincidencia significativa, porque la santidad cristiana, como correspondencia fiel y heroica a la gracia recibida de Dios, constituye siempre una contribución eficaz a la expansión del Reino de Dios sobre la tierra.

"La mies es mucha ―nos dice Jesús― y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-18). Estas palabras asumen hoy una singular actualidad. El trabajo que espera al obrero del Evangelio es siempre mucho y es también siempre fructuoso, aunque en un primer momento parece no producir resultados o incluso suscita hostilidad ―y los nuevos beatos son una prueba de ello― en realidad, a su debido tiempo, Dios le hace producir frutos abundantes y duraderos.

2. Considerando en su conjunto la actividad que hoy desarrolla la Iglesia en las misiones, debemos dar gracias al Señor por el progreso que el Evangelio está haciendo en el mundo, y que se manifiesta en el nacimiento y en el desarrollo de siempre nuevas y fervientes comunidades cristianas
En el Mensaje que dirigí en Pentecostés para la Jornada de las Misiones, puse de relieve el consolador desarrollo del clero en las Iglesias jóvenes, y recordé al respecto que este año se celebra el centenario de la fundación de la Obra de San Pedro Apóstol, la cual, nacida por el celo de Juana y Estefanía Bigard, se propone precisamente promover la oración y la ayuda concreta en favor de las vocaciones sacerdotales en tierras de misión. Sin embargo, estos consoladores y estimulantes resultados no deben en absoluto aflojar el fervor misionero, dado que es aún grande el número de hermanos que no conocen el nombre de Cristo y su doctrina de salvación.

3. La Jornada de las Misiones compromete la caridad y la generosidad de todo el mundo, y por eso me hago portavoz de los pobres de aquellas Iglesias lejanas, uniéndome a los misioneros que extienden la mano a los hermanos en la fe y a todos los hombres de buena voluntad, para que les ayuden a aliviar las inmensas miserias que encuentran.

Sin embargo, la ayuda y la ofrenda, que a todo fiel se pide que dé con generosidad para las misiones, no quiere hacer olvidar que para la evangelización del mundo hacen falta, ante todo, los evangelizadores, las vocaciones específicamente misioneras, tanto sacerdotales como religiosas y seglares, que surgen de las familias cristianas de todos los países y continentes donde la Iglesia se encuentra presente.

Como el Señor nos ha recomendado, debemos dirigir nuestra oración al Dueño de la mies sobre todo por las vocaciones misioneras.

Y esta súplica confiada la ponemos ahora en manos de María, que fue la primera Misionera al haber dado al mundo a Jesús, nuestro Salvador. A Ella encomendamos a todos los misioneros y las misioneras que en este domingo sentimos cerca de nosotros con particular amor y gratitud.

Después del Ángelus

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, de modo especial a los numerosos peregrinos de Igualada, de la diócesis catalana de Vic, venidos a Roma con ocasión del Cuarto Centenario en honor de la Imagen de Cristo Crucificado, tan venerada en esa ciudad. Que el misterio de la Redención, tan vinculado a vosotros por la devoción a esa imagen, lleve a cada uno a dar un constante testimonio de vida cristiana.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.

© Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana