Ángelus del domingo 23 de diciembre de 1990

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de diciembre de 1990

Queridos hermanos y hermanas:

1. La liturgia del cuarto domingo de Adviento, ya en el umbral de la Navidad, hace muchas referencias a la bienaventurada Virgen María. Ella se nos presenta como la que ha cooperado con Cristo, su Hijo, en la renovación de la condición humana: una renovación que no afectaba sólo a las conciencias, sino también a la convivencia y a las relaciones sociales.

Es éste el mensaje del Magníficat, en el que María anuncia como inminente, y en cierto sentido, ya presente y operante en el mundo, la fuerza divina, demoledora de posiciones espirituales, teológicas y sociales aparentemente muy sólidas. Eso es lo que expresan aquellos verbos utilizados en pasado: el Señor "ha puesto los ojos... ha hecho... desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios... exaltó a los humildes..." (Lc 1, 48 ss.).

Sólo la misericordia de Dios se perpetúa a través de las generaciones, realizando un designio de salvación que abraza toda la historia, en cumplimiento de la promesa de redención hecha a Israel y a toda la humanidad mediante los patriarcas y los profetas.

2. María sentía que la actuación de esa promesa cambiaría muchas cosas en el mundo, con respecto a las categorías de juicio, y tendría también repercusiones en el conjunto de la vida social.

En esa perspectiva teológica y profética, se puede comprender el cántico de júbilo y agradecimiento, en el que María pasa del humilde reconocimiento de las "maravillas" obradas en ella por el Señor, a la proclamación del cambio profundo que estaba llevándose a cabo en la humanidad. Era un anuncio que se grabaría en la conciencia cristiana como principio espiritual y teológico, y como compromiso de caridad socialmente activa.

En esa línea se colocaba también el Papa León XIII en la encíclica Rerum novarum cuando, en relación con la "cuestión social", afirmaba: "Todos están de acuerdo en que es de extrema necesidad salir sin demora y con oportunas medidas en ayuda de los proletarios, que en su mayoría se encuentran reducidos injustamente a condiciones miserables... solos e indefensos".

3. En la época de María la terminología corriente era diferente: se hablaba más bien de los "pobres" (anawim), es decir, de los que sabían que estaban en condiciones de necesidad y debilidad, y que precisamente por esto confiaban en Dios. Compartiendo su actitud interior, la Virgen canta la esperanza de la gente humilde y pequeña, a la que Dios socorre en perjuicio de los poderosos y de los ricos del mundo.

En Cristo los pobres y los pequeños de todas las épocas se han convertido en el "nuevo Israel": incluso aquellos que en la época de León XIII se llamaban los "proletarios"; también los "nuevos pobres" de nuestro siglo.

Ante todos los tipos de pobreza que pesan sobre los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, pedimos a la Santísima Virgen que interceda a fin de que se sigan cumpliendo las palabras de esperanza del Magníficat: "Acordándose de la misericordia".

Saludo cordialmente a los inmigrantes procedentes de diferentes países, que se hallan presentes en la plaza de San Pedro para participar en la oración mariana.

Queridos, comprendo vuestro malestar y sufrimiento, deseo aseguraros que comparto vuestro dolor. Deseo que se halle pronto una solución digna a las dificultades y a los problemas que os acosan.

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