Ángelus del domingo 24 de agosto de 1980

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 24 de agosto de 1980

1. "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí" (Jn 14, 6).

Estas palabras de la liturgia dominical de hoy nos ayudan a dirigir nuestro recuerdo al Papa Juan Pablo I que precisamente en estos días ―hace dos años― fue llamado, mediante los votos del Colegio Cardenalicio, a la Cátedra de Pedro. Lo cual, como sabéis, sucedió el 26 de agosto de 1978.

Evocando esa fecha, queremos una vez más meditar sobre los inescrutables designios de la Providencia divina. He aquí, en efecto, que después de sólo treinta y tres días de tarea pastoral en la Sede romana, le fue concedido "ir al Padre", por el camino que es el mismo Cristo: camino, verdad y vida. Por tanto, mediante Cristo, fue al Padre aquel excepcional siervo de los siervos de Dios, al cual Cristo, en esa etapa última de la vida ―etapa de pocos días― confió su Iglesia, su redil en la tierra, para que se manifestase, aunque sólo fuera en tan breve período, la bondad y la solicitud pastoral, de que estaba lleno su corazón. Un corazón de buen samaritano.

2. Cuando, en la época del Concilio, él, Albino Luciani, siendo todavía obispo de Vittorio Veneto, daba ejercicios espirituales a los sacerdotes, solía basarlos completamente en la parábola evangélica del misericordioso samaritano. Y ciertamente con ese espíritu ―con el espíritu del buen samaritano subió también a la Sede romana de San Pedro― deseaba servir a toda la Iglesia.

Ese fue su espíritu. Lo pudieron intuir, sin equivocarse, quienes conocieron, primeramente al cardenal Albino Luciani y, luego, al Papa Juan Pablo I. Y aunque su servicio pontifical haya durado tan poco, sin embargo, a través de él, se manifestó nuevamente, y ha permanecido en la Iglesia, el espíritu del buen samaritano.

En la inminencia del segundo aniversario de su elección damos gracias a Dios por ello.

3. No puedo dejar, por otra parte, de recordar, en esta oportunidad de hoy, la visita que hace un año ―el domingo 26 de agosto―, pude realizar al lugar donde nació Juan Pablo I, Canale d'Agordo, visitando además Belluno, la diócesis de la que él procedía, y también, en el camino de vuelta, la ciudad de Treviso.

Sobre la Marmolada bendije, en aquella ocasión, la estatua de la Virgen ―Reina de las Dolomitas― a fin de que, con su ejemplo, nuestras almas se eleven a lo alto cuando nuestros ojos se dirigen hacia la cadena de los montes y hacia las cumbres.

El camino del buen samaritano nos induce a inclinarnos sobre el hombre que sufre. Y haciendo esto, nuestro corazón se eleva hacia Dios; porque, en efecto, el amor que se demuestra al hombre halla siempre su fuente definitiva en Dios, que es Amor (cf. 1 Jn 4, 16).

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