Ángelus del domingo 26 de agosto de 1990

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 26 de agosto de 1990

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. El próximo sábado comenzaré mi séptimo viaje a África, durante el cual visitaré Tanzania, Burundi y Ruanda. En Costa de Marfil, en Yamoussoukro tendré además ocasión de participar en una reunión del Consejo de la Secretaría General de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. El sucesor de Pedro es feliz de tomar parte en este encuentro de hermanos en el episcopado, sucesores de los Apóstoles en tierra africana. Desde el primer anuncio del Sínodo especial, el 6 de enero de 1989, he seguido con gran interés y profundo afecto hacia el continente africano el desarrollo de los trabajos preparatorios. A través de los numerosos encuentros que he tenido en este tiempo con los obispos africanos, he podido darme cuenta del gozo y del entusiasmo con que se están preparando en el continente para ese importante evento eclesial.

Como es sabido, el tema del Sínodo, madurado en el ámbito mismo de los obispos africanos, es el siguiente: "La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año dos mil, 'Seréis mis testigos' (Hch 1, 8)".

Para facilitar los trabajos del Sínodo se ha redactado un documento preparatorio ―el "Instrumentum laboris"―, difundido oficialmente en un encuentro episcopal, celebrado en Lomé, en tierra africana, el 24 de julio pasado. Con él se pretende suscitar la reflexión de todas las Iglesias particulares que están en África: de los obispos, sacerdotes, personas consagradas, catequistas, laicos comprometidos en los consejos pastorales y en los movimientos, y comunidades locales. Todos ellos confiarán el fruto de su meditación y reflexión, a través de los respectivos obispos, a las Conferencias Episcopales y luego a la Secretaría General.

2. Este instrumento de trabajo afronta cinco grandes temas: la proclamación de la buena nueva de la salvación; la inculturación; el diálogo en todas sus dimensiones: el diálogo en general, ecuménico, interreligioso, con los no creyentes; la justicia y la paz: el papel de los cristianos en la promoción humana; y los medios de comunicación social.

En vísperas del tercer milenio de la Redención, este camino hacia el Sínodo suscita una gran esperanza no sólo para África, sino para toda la Iglesia y para el mundo entero. Debemos esperar de él un nuevo y más convencido empuje de la evangelización y del espíritu misionero. En la Iglesia de ese continente está tomando una forma cada vez más neta y clara el modo de ser cristiano, que es propio de ese contexto cultural: la Iglesia está asumiendo ese "rostro africano" que, para África, es el reflejo del mismo rostro de Cristo. Además, debemos esperar que salgan a la luz nuevas riquezas espirituales, nuevos impulsos de santidad y de renovación eclesial, como aportación preciosa y original no sólo para el bien de África, sino también para el de la misma Iglesia universal.

3. Pido vuestra oración, hermanos y hermanas queridísimos, por el feliz éxito de este importante Sínodo que, siendo el primero de su género en África, da testimonio de la creciente vitalidad del cristianismo en ese continente. Ojalá que todos los que por cualquier título o en cualquier grado estén implicados en los trabajos del Sínodo, tengan oídos para "escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias", como dice el Apocalipsis (2, 7); y comprendan cada vez más profundamente cuál es el plan del Señor sobre las Iglesias particulares de África, cuál es su misión y su responsabilidad en el concierto general de las Iglesias del mundo entero.

Que la Bienaventurada Virgen María, cuyo culto se desarrolla grandemente en África con prometedores frutos en el campo de la justicia, de la santidad y de la paz, obtenga a los obispos de Africa abundancia de discernimiento y grandeza de corazón para dar a la Iglesia africana un nuevo y generoso impulso por los caminos del Señor.

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