Ángelus del domingo 29 de septiembre de 1985

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 29 de septiembre de 1985

1. Hace ahora 20 años, en este período, estaba en curso la última sesión del Concilio Vaticano II.

Dentro de dos meses, en la solemnidad de Cristo Rey, tendré la alegría de iniciar el Sínodo Extraordinario de los Obispos, que -como sabéis- he convocado en el XX aniversario de la conclusión de aquel gran acontecimiento eclesial.

Esta iniciativa tiene la finalidad de estimular a todos los miembros del Pueblo de Dios a un conocimiento cada vez más profundo de las enseñanzas conciliares y a una aplicación cada vez más fiel de los criterios y orientaciones que brotaron de la imponente Asamblea.

Durante los nueve domingos que nos separan del acontecimiento sinodal, quiero orientar sobre el Concilio la reflexión y sobre todo la oración de estos encuentros de mediodía para el rezo del Ángelus.

2. La Providencia dispuso que, cuando sonó la hora del Concilio, yo estuviera viviendo mis primicias de obispo, al haber recibido la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958.

Por eso, tuve la singular gracia de participar en la gran obra y de dar mi aportación a sus trabajos. De este modo, desde los primeros pasos preparatorios, sucesivamente en las varias etapas de su desarrollo, y luego en la fase de los compromisos aplicativos, el Vaticano II constituyó el fondo, el clima, el centro inspirador de mis pensamientos y de mi actividad de Pastor de la amada Iglesia particular, a la que la bondad del Señor me había llamado.

3. Como declaré en el radiomensaje desde la Capilla Sixtina, al día siguiente de asumir el servicio de Pastor universal, el Concilio es y sigue siendo "una piedra miliar en la historia bimilenaria de la Iglesia y, consiguientemente, en la historia religiosa del mundo y del desarrollo humano" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de octubre de 1978, pág. 3).

Con esta profunda convicción hice mío el programa pontifical delineado por mi amadísimo predecesor Juan Pablo I, cuya enunciación primera conserva todo su vigor también hoy: "Queremos continuar con empeño la aplicación del Concilio Vaticano II, cuyas sabias normas han de seguir llevándose a la práctica, velando para que ni intentos generosos, pero tal vez imprudentes, tergiversen su contenido y significado; ni actitudes de freno o de timidez paralicen su magnífico impulso de renovación y vida" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de septiembre de 1978, pág. 3).

Para que el próximo Sínodo ilumine ulteriormente contenidos y significados del Concilio y estimule su impulso de renovación y de vida, invoquemos con ferviente corazón la protección de María, Madre de la Iglesia, Auxilio del pueblo cristiano.

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