Ángelus del domingo 30 de agosto de 1981

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 30 de agosto de 1981

1. Hoy es el último domingo de agosto.

Se acerca, por tanto, la fecha del 1 de septiembre a la que va unido el recuerdo doloroso y trágico del comienzo de la terrible segunda guerra mundial. No podemos olvidar este aniversario.

El 25 de febrero de este año, en mi visita a Japón me fue dado ir en peregrinación a Hiroshima y Nagasaki. Precisamente allí la guerra, que ya tocaba a su fin, con la explosión de la primera bomba atómica dejó a la humanidad la admonición grave de lo que podría llegar a ser otra guerra en la que se emplease la energía nuclear.

Y por ello vinculamos el recuerdo de aquella fecha del 1 de septiembre de hace 42 años, no sólo al pasado que se va alejando año tras año, sino que aludimos a él con el pensamiento vuelto siempre al futuro de todas las naciones y de toda la familia humana.

2. Con igual dolor y preocupación repito hoy las palabras que dije en Hiroshima: "La guerra es destrucción de la vida humana. La guerra es muerte... Hiroshima y Nagasaki se distinguen de todos los demás lugares y monumentos como las primeras víctimas de la guerra nuclear. Inclino la cabeza al traer a la memoria los miles de hombres, mujeres y niños que perdieron la vida en ese terrible momento o llevaron en el cuerpo y en la mente durante muchos años esas semillas de muerte... Recordar el pasado es comprometerse con el futuro... Desde esta ciudad y desde los acontecimientos que su nombre recuerda, ha surgido una nueva conciencia mundial contra la guerra y una determinación enérgica a trabajar por la paz... Recordar Hiroshima es aborrecer la guerra nuclear. Recordar Hiroshima es comprometerse con la paz".

3. Desde aquel día fatal, las armas nucleares han aumentado en cantidad y poder destructivo, por desgracia.

En este momento es preciso subrayar vigorosamente, una vez más, la necesidad de realizar toda clase de esfuerzos encaminados a mantener la paz. También en Hiroshima, invité a todos los responsables a actuar leal y concordemente: "Comprometámonos con la paz a través de la justicia; tomemos una decisión solemne desde ahora para que la guerra no sea nunca tolerada o procurada como medio de resolver las diferencias; prometamos a nuestros semejantes que trabajaremos incansablemente por el desarme y la proscripción de todas las armas nucleares; reemplacemos la violencia y el odio por la confianza y el aprecio".

Esta invitación la repito hoy con la misma fuerza, en la convicción de que será escuchada. El mundo entero lo espera. Cristo mismo nos llama a todos a ser "operadores de paz" (Mt 5, 9), a fin de que el espíritu de esta bienaventuranza impregne cada vez más la vida de los pueblos y la convivencia internacional.

4. La oración por la paz no cesa jamás en los labios de la Iglesia.

La repetimos en todas las Santas Misas durante el rito de la comunión, sobre todo al referirnos a las palabras del "Padrenuestro" que nos enseñó Cristo: "Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días...".

Oremos de nuevo por la paz, que es al mismo tiempo don de Dios y fruto de la buena voluntad de los hombres, diciendo: "Señor Jesucristo, que dijiste a los Apóstoles, 'Mi paz os dejo, mi paz os doy', no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad"... Pedimos que la Iglesia sea también el refugio de la paz para el mundo, para todos los hombres, para cada hombre y cada sociedad.

Y, finalmente, poco antes de la comunión eucarística el sacerdote dice: "La paz del Señor sea siempre con vosotros".

5. Hoy deseamos incluir esta invocación en nuestro "Ángelus" con particular fervor, dirigiéndola a todo el mundo, a todas las naciones y a todos los sistemas e ideologías, a los hombres de Estado y a los jefes de las fuerzas militares:

"La paz sea con vosotros".

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