Ángelus del domingo 5 de julio de 1987

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 5 de julio de 1987

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Cada pueblo, cada nación y, en ciertas regiones, casi cada ciudad o pueblo tiene su santuario mariano, pequeño o grande, íntimamente ligado a la historia religiosa y a veces también civil de la gente.

Innumerables generaciones, a lo largo de los siglos, se han dirigido en peregrinación a santuarios célebres o humildes para "honrar a la Virgen, en sus preciosas o modestas imágenes, y en ellos han encontrado gracia y consuelo, luz de fe y fuerza de conversión, refugio en las adversidades de la vida y en las crisis del alma" (Insegnamenti di Paulo VI, IV, 1966, pág. 902).

Cada uno de nosotros conserva quizá en el propio corazón el recuerdo y el vínculo con un santuario mariano, donde nuestra vida ha estado marcada por una llamada, por una invitación de la Virgen, que con dulzura y decisión ha dicho: "Hazlo que te diga mi Hijo" (cf. Jn 2, 5).

2. Hoy nos dirigimos en peregrinación espiritual a un santuario ligado a la memoria del Nacimiento de la Virgen Santísima. Una antigua tradición, a la cual se hace referencia en un apócrifo del siglo II, el Protoevangelio de Santiago, sitúa en Jerusalén, junto al templo, la casa en que nació la Virgen. Los cristianos, desde el siglo V en adelante, han celebrado la memoria de la Natividad de María en la gran iglesia construida frente al templo, sobre la Piscina Probática, donde Jesús curó al paralítico (cf. Jn 5, 1-9).

En el siglo VII, San Sofronio, Patriarca de Jerusalén, exaltaba así ese santuario: "Al entrar en la santa iglesia probática, donde la ilustre Ana dio a luz a María, pondré el pie en el templo, en ese templo de la purísima Madre de Dios, besaré y abrazaré esos muros tan queridos para mí. No atravesaré con indiferencia ese lugar en el que nació la Virgen Reina en casa de sus padres. Veré también ese lugar en el que el paralítico, curado por orden del Verbo, se levantó de tierra llevándose consigo la camilla" (Anacr., XX: PG 87/3, 3821-3824).

Los Cruzados encontraron sólo ruinas de esa antigua iglesia; pero construyeron una a su lado, dedicada a "Santa María en el lugar de su nacimiento", hoy denominada iglesia de Santa Ana. Sea cual fuere la verdad histórica, permanece el hecho de que en ese lugar, desde sus orígenes, se venera la memoria del nacimiento de la Madre del Redentor.

A lo largo de los siglos se han reunido allí numerosos peregrinos para venerar a María Santísima y para implorar su intercesión maternal, haciendo propio su Magnificat; han encontrado en ella el modelo de toda auténtica peregrinación, que es siempre un camino de fe, un itinerario espiritual en la escucha continua y fiel de la Palabra de Dios.

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