Ángelus del domingo 7 de agosto de 1988

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUSCastelgandolfo, domingo 7 de agosto de 1988

1. Hace diez años, en la solemnidad de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto, poco después de las nueve de la noche, precisamente aquí en Castelgandolfo, el Papa Pablo VI terminaba su larga y laboriosa vida terrena. Cuanto más tiempo pasa desde aquella fecha, tanto más se manifiesta esta su grandeza.

A este predecesor mío, que tanto amó la época en la que vivió y tanto se afanó para conducirla de nuevo a Dios, deseo dedicar hoy la plegaria del "Ángelus", situando este recuerdo en el contexto del Año Mariano que estamos celebrando.

2. Pablo VI ha sido un Papa profundamente mariano. Tuvo una afectuosa devoción a la Virgen Santísima ya desde su juventud, cuando cada día visitaba el santuario de la Virgen de las Gracias en Brescia, a pocos pasos de su casa, y en aquel ambiente de culto mariano, cual lo era su hogar -así dijo él mismo-, maduró su vocación sacerdotal (cf. Alocución dominical a la hora del Ángelus, 9 de septiembre de 1973: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 16 de septiembre de 1973, pág. 4).

Al día siguiente de su elección al pontificado, el 21 de junio de 1963, en el primer mensaje a toda la familia humana, Pablo VI expresaba "una confianza, acompañada por la firme esperanza, en la materna protección de la Beatísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra".

Su magisterio doctrinal sobre la Virgen Santísima será, además de frecuente, siempre claro y firme.

Quien ha vivido el curso del Concilio Ecuménico Vaticano II no puede olvidar la importancia de la proclamación solemne de María, Madre de la Iglesia, en la clausura de la tercera sesión. Dijo en aquella ocasión: "Para gloria de la Virgen y para consuelo nuestro, proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los Pastores, que la llaman Madre amorosísima: y queremos que, desde ahora en adelante, la Virgen sea todavía más honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con tan dulcísimo título" (21 de noviembre, 1967).

Con este titulo Pablo VI pretendía inculcar a la Iglesia la ternura y el amor de María, poniendo de relieve que entre las varias funciones que se le pueden atribuir a la Virgen, ninguna mejor que la de Madre expresa lo que Ella es.

3. De aquel histórico discurso quiero recordar también la afirmación: "El conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre la Beata Virgen María constituirá siempre una clave para la comprensión exacta del misterio de Cristo y de la Iglesia".

Como es sabido, desde el comienzo del Concilio, Pablo VI estuvo preocupado de cómo honrar dignamente a María.

Pienso que la inserción del misterio de María en la reflexión sobre el misterio de la Iglesia dio a Pablo VI gran alegría, también por el amor que él tenia a la Iglesia. Afirmará en el "Pensamiento sobre la muerte": "Podría decir que siempre la he amado..., pero quisiera que la Iglesia lo supiese".

4. Entre las numerosas enseñanzas de la catequesis mariológica de Pablo VI, me es grato recordar finalmente la Exhortación Apostólica Marialis cultus, destinada a explicar y promover el contenido del capítulo VIII de la Lumen gentium.

Este documento fue un impulso para renovar el culto y la piedad mariana, en conformidad con la Sagrada Escritura y con la liturgia.

El recuerdo de Pablo VI sea para nosotros una bendición, y su profunda devoción a María nos sirva de estímulo para vivir de modo particularmente intenso este último tramo del Año Mariano.

© Copyright 1988 - Libreria Editrice Vaticana