Ángelus del domingo 9 de febrero de 1986

Autor: Juan Pablo II

VIAJE APOSTÓLICO A INDIA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 9 de febrero de 1986
Basílica de Nuestra Señora del Monte, Bandra

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Es para mí motivo de especial alegría venir a esta basílica de Nuestra Señora del Monte, como lo hizo antes mi predecesor el Papa Pablo VI. El camino de este santuario está surcado por los pies de los peregrinos que, a miles, lo han recorrido para rendir homenaje a la Bendita Madre de Dios.

Ya antes de venir, he oído hablar muchísimo de la devoción a Nuestra Señora, que es una característica del pueblo de la India. La basílica aquí en Bandra es un símbolo de esto. Además, existen otros santuarios marianos famosos, tales como el de Nuestra Señora de las Gracias en Sardhana, Nuestra Señora de Lourdes en Vijayawada, y Nuestra Señora de la Salud en Vailankanni. Cuando se escriba la historia de la Iglesia en India, este aspecto mariano de vuestras vidas espirituales ocupará un lugar de honor y renombre.

2. María de Nazaret es sin duda alguna digna de nuestra veneración y amor filial. "Cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la y la ardiente caridad" (Lumen gentium, 61). Cambió toda la historia humana con su "Fiat", con su libre aceptación de la voluntad de Dios. Mediante este acto de fe y amor, Ella se dejó transformar por Dios. Sometiéndose totalmente a Dios, aceptó ser la Madre del Redentor del mundo: el Verbo eterno hecho carne, Dios se hizo hombre. Desde el momento de la Anunciación, se dedicó a su Hijo, a su persona y a su obra, al misterio de la redención que Él llevó a cabo. Desde ese día siempre asiste a su Hijo en su misión de salvación. En todas las épocas, María está cerca de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Y así, a Ella, se le llama acertadamente "Madre de la Iglesia".

3. En su papel de Madre nuestra en la fe, María cuida de todos los fieles, ayudándolos a ir hacia su Hijo, a confiar en la providencia del Padre, a abrir sus mentes y corazones al Espíritu Santo, a compartir activamente la misión de la Iglesia. Con su oración e inspiración, María ayuda a la Iglesia a seguir realizando la obra de Cristo en el mundo.

De forma especial, la Santísima Virgen nos asiste en nuestros esfuerzos de promover la reconciliación y la paz en el mundo y fortalecer la unidad de todos los cristianos. Hace esto guiando nuestra atención hacia su Divino Hijo e instruyéndonos como les instruyó a ellos en las bodas de Caná: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). Si permanecemos fieles en hacer lo que Cristo nos dice, si continuamente decimos junto a María "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), habrá paz y reconciliación en el mundo, y seremos uno en Cristo.

Precisamente teniendo presente el papel de María en la obra de la unidad de los cristianos, el Concilio Vaticano II exhortó a los fieles con las siguientes palabras: "Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo, hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e Indivisible Trinidad" (Lumen gentium, 69). Amén.

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