Ángelus del jueves 1 de noviembre de 1979

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS
Jueves 1 de noviembre de 1979
Solemnidad de Todos los Santos

1. Rezamos el "Angelus", esta espléndida y a la vez sencilla meditación sobre el misterio de la Encarnación. Al final le añadimos una triple veneración a la Santísima Trinidad y también el "descanso eterno" para los difuntos.

Hoy esta veneración a Dios en el misterio inescrutable de su vida y de su gloria parece tener una elocuencia especial, ya que la expresa la Iglesia la cual, mediante su solemnidad, confiesa la gloria de Dios que vive en todos sus Santos. Realmente la gloria de Dios es el hombre, son los hombres que viven esta plenitud de la vida que está en Dios y es de Dios. Estos hombres -los Santos- viven la plenitud de la verdad. Estos hombres permanecen modos con el Amor en su misma fuente divina.

Es la unión que supera todos los deseos de los corazones y, al mismo tiempo, los completa superabundantemente. Es la Verdad que enjuga toda lágrima (cf. Ap 7, 17; 21, 4) en los ojos de los seres creados a semejanza de Dios. Es el Amor que une a los hombres sin mirar ya las diferencias y distancias que podían separarlos durante su vida terrena. Verdaderamente una dimensión definitiva de la existencia humana: la dimensión divina.

2. La luz de este misterio desciende hoy sobre toda la Iglesia. Y nosotros, que con la misma gratitud de siempre meditamos en la Encarnación del Hijo de Dios, rezando el "Angelus" vemos hoy esta Encarnación en sus frutos definitivos. Pensamos en las palabras de la Virgen de Nazaret, con las que consintió que el Verbo se hiciera carne. Y admiramos ese impenetrable designio del amor paterno que no ha "perdonado" al Hijo Eterno para levantar al hombre. Verdaderamente por los méritos de su pasión y de la cruz llegan a la gloria de la resurrección los hijos y las hijas del género humano. Trasladados del pecado a la gracia. De la muerte a la vida y a la gracia. Qué gratitud debemos poner hoy en las palabras de la oración del "Angelus", en esta sencilla meditación del misterio de la Encarnación, la meditación que nos recuerda siempre el comienzo de la vida y de la gloria a la que Dios nos llama eternamente en su Hijo.

3. Al mismo tiempo, nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen ya hoy hacia tantos cementerios del mundo, en los que se verifica la verdad de las palabras que hablan de la muerte del hombre: "polvo eres y al polvo volverás" (Gén 3, 19). Todos los cementerios del mundo son una confirmación incesante de estas palabras. Tanto en los que descansan los Papas, obispos y sacerdotes, como en los que rezamos por nuestros seres queridos: padres, hermanos y hermanas, amigos, bienhechores. Los cementerios en los que descansan los hombres grandes y beneméritos de cada nación y en los que yacen los sencillos, a veces quizá desconocidos, olvidados, que no tienen a nadie que en el día de los difuntos encienda una luz sobre su tumba. A todos estos lugares de la tierra, lejanos y cercanos, llega la misma oración por la paz y la luz. Esta paz y esta luz eterna son la esperanza de los hombres que viven en la tierra. Ellas, la paz y la luz son la expresión de la vida en la que permanecen los hombres afectados por la muerte del cuerpo. Esta paz y esta luz son fruto del misterio de la Encarnación de Dios, que meditamos cada vez que rezamos el "Angelus".

4. Deseo invitaros especialmente a incluir también en la oración propiciatoria por todos los difuntos, de todo tiempo y lugar, a las numerosas víctimas que ha provocado este año la violencia en sus diversas formas.

A este propósito, no puedo menos de renovar mi más decidida y angustiosa deploración por los crímenes que, especialmente en los últimos tiempos, han tenido explosiones particularmente graves despertando en la opinión pública ansiedades y alarmas cada vez más preocupantes.

Me refiero también al tristísimo episodio ocurrido, el domingo pasado, en el estadio romano, en el que perdió la vida un honesto y pacífico obrero y corrieron peligro otros espectadores. Los actos de violencia, repito, ofuscan los valores humanos y cristianos de la persona humana y son un atentado continuo a la convivencia civil.

Mientras elevamos nuestra súplica a la bondad de Dios para que acoja junto a Sí a nuestro hermano, expreso a la familia, tan desolada, mi condolencia paterna.

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