Ángelus del jueves 26 de diciembre de 1985

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Jueves 26 de diciembre de 1985
Fiesta de san Esteban

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy la Iglesia conmemora el martirio de San Esteban, el primero que dio la vida por testimoniar su fe en Cristo Redentor.

Su ejemplo es un mensaje de valor perenne, que subraya el significado auténtico de la Navidad: Dios se hizo hombre por amor y quiere nuestro amor, que debe superar por ello toda dificultad y todo obstáculo, en la convicción de que el único verdadero sentido de la existencia es el que da Cristo, el Hijo de Dios, nacido en Belén para revelarnos la Verdad y para salvar a la humanidad.

San Esteban ―que creyó firmemente en la "Palabra" de Dios hasta aceptar la muerte serenamente, perdonando―, nos asista y nos ayude en la profesión diaria de la fe cristiana en el mundo de hoy.

2. En la suave y alegre atmósfera de Navidad, que permea la jornada de hoy, quiero renovar mis felicitaciones por estas fiestas. Mientras nos preparamos a rezar a la Virgen Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, quisiera recordar de modo especial, a todos aquellos que, por desgracia, han podido gozar menos plenamente de la alegría de Navidad.

Mi pensamiento va, con profundo afecto.

― A todas las personas afectadas por terribles calamidades naturales acaecidas en este año que llega a su fin. En particular quiero recordar a los que en México todavía sufren a causa del tremendo terremoto, a los que en Colombia lloran todavía por la espantosa erupción del volcán, a todos los que en otros países han sido afectados por desastres de origen telúrico o atmosférico;

― recuerdo a cuantos sufren por accidentes ocurridos en las carreteras, ferrocarriles, aviones, en las minas o en el mar;

― recuerdo a los prófugos, los emigrantes, los que no tienen casa y a todos los que se ven obligados a vivir en condiciones indignas de seres humanos;

― recuerdo a los que están sumidos por la soledad y la falta de afecto, los ancianos, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los encarcelados;

― recuerdo a los que están sin alegría y sin seguridad a causa de la pobreza o porque ven conculcados sus derechos, sobre todo el derecho a la libertad religiosa;

― recuerdo a todas las víctimas de la violencia que inunda la faz de la tierra con dramática intensidad, provocando indecibles angustias y dolores;

― recuerdo a las poblaciones martirizadas por la guerra, deseando que mediante la negociación y el diálogo se hallen honrosas y justas soluciones a las tensiones actuales.

Por desgracia, ¡muchos han pasado una Navidad triste y entre lágrimas! Quiero recordarles a todos ellos ante vosotros y con vosotros, asegurando que les he estado y les estoy todavía muy cercano con mi oración y con mi afecto. A todos los que sufren quiero decirles que soy solidario con ellos. La Navidad, es decir, la conmemoración del nacimiento de Jesús sobre esta tierra tan atribulada, y en esta nuestra historia humana tan dramática, significa que ninguna persona, incluso en el tormento y en el dolor, está abandonada por Dios, habiendo querido Jesús mismo elegir la condición del pobre y del que sufre. Aunque sean difíciles y dolorosas ciertas situaciones y ciertas condiciones de la vida, Jesús ha venido precisamente para infundir el valor de la esperanza y de la confianza. La luz que viene del portal de Belén ayude a todos a empeñarse en favor de un mundo en el que la justicia y el amor preparen el camino a la paz y al gozo anunciados la noche de Navidad.

© Copyright 1985 - Libreria Editrice Vaticana